Erase una vez.............Cuentos............Federico Sánchez
Del libro
La Conjura
de los gallos locos
-2007-
-22-
Al verte así, Chicha,
qué tristeza me da
Al verte así, Chicha, se me parte el corazón. No sé ni qué pensar. Un dejo de amargura embarga todo mi cuerpo. Me siento triste y nostálgico, a un tiempo. Te juro que lo siento mucho. La vida da sorpresa, a veces. Desde aquí, de donde te veo, casi frente a ti y tú sin saber quién soy yo, porque no me reconoces, 30 años después, pienso que es verdad lo que dicen, que la existencia humana es una caja de pandora, sorpresa tras sorpresa. Mientras pruebo esta fritura de barrio, que es un manjar de graserío impuro, compuesto de plátanos fritos, yuca sancochada y carne de cerdo pasada por aceite y pipián de chivo, mondongo de res refrito, con su tripita y todo, mientras deleito, repito este sartén de delicia, tú estás ahí, velando un chin de su sabor. Hoy vine a este barrio movido por los recuerdos de un pasado que murió lejano, aunque impulsado por la cercanía, pues me encontraba a pocos minutos de este lugar, y mientras degusto, veo que se te salen los ojos tratando de lamer a distancia, aunque sea un pedazo de chicharrón, pero no puedes, las limosnas que recogiste en las horas de la tarde no te permiten ni siquiera saborear una alita de pollo. Me estremezco, casi me pongo a llorar al encontrarme con tu vejez a destiempo, y no es tanto las arrugas que puedas tener, es la fachada, la presentación, tu ropaje de armario viejo, que pareces que estás en la más espantosa de la miseria, o vives en la enajenación mental más estrepitosa, no quiero creerlo. Hasta me remuerde la conciencia degustar estos fritos en tanto tú estás ahí abriendo y cerrando los ojos a cada segundo, ¿degustando mentalmente?, atrayendo la fritura con la mirada?, tu mirada que fue encanto para la consolación o la desolación de una legión de admiradores. La vejez ha crecido bastante en ti, demasiado diría yo, para tu edad, debes tener unos 50 ó 55 años, más o menos, pero pareces de 65 ó 70 años, es lamentable Chicha, esa vejez tan precoz que se aposenta en tu alma, en tu cuerpo desaliñado; debes de haber sufrido mucho, pasado demasiado trabajo y mucho trabajo tendrás que efectuar, si tienes la oportunidad para poder recuperarte de tan cruel martirio, martirio que según me asegura mi contertulio friturero aquí a mi lado, fue provocado por la envidida. Y en realidad eras tú la envidia del barrio. 30 ó 35 años atrás eras la morena princesa de Villa María, la joven en ascenso más elegante, la más pretendida, la más buscada en las fiestas de bailes, en los encuentros sociales hogareños que antaño hacíamos en las casas de los amigos y que nos turneábamos para realizar una fiestecita todos los fines de semana, para matar el tiempo, para gozar, ya que no existían lugares públicos apropiados, baratos, para pasar el rato, y tú siempre te ponías esos pantaloncitos calientes y vestidos ajustados al cuerpo, tu cuerpo bien delineado, escultural, violinístico, no como te ves ahora, con ese vestido ancho y largo, estropajoso, pasado de moda, lleno de adiposidad y ambulante polvo. ¡Oh Chicha! qué tan diferente te ves. Recuerdo que después de la revolución de abril, en 1965, eras apenas una adolescente, con los 16 ó 17 años a flor de piel, tu cuerpo explosivo, las curvas más perfectas de todas las chicas del barrio, esbelta y alta como las palmeras del patio de Doña Mimita, radiante a la luz solar, cuerpo que se nota aún cierto nivel de perfección, sí, por debajo de ese vestido sabana, ese vestido pradera con dibujos florales ya desdibujados; aún se te ve cierto nivel delineado hacia una figura que al parecer fue perfecto. Eras provocación a pedir de boca, la delicia de esta calle, la 13, hoy Doña Chucha, Chicha, cuando caminabas, con tu garbo elegante, tu andar sinuoso, tus glúteos aposentados, que son génesis de los deseos más intensos, un vaivén olativo, olas recelosas transparentes; Meneíto te decían a tu paso, y tú con tu cadera cadenciosa a pasos de vencedora, “ahí va Chicha”, decían, “la de los ojos verdigrises”, la espejeante, la que pone a los varones a pensar en lo que no están, “Chicha, Chicha”, repetían, “la de los brazos sedosos”, Chicha, la caminante estruendosa, al ritmo de un velamen en alta mar, como los fuinfuanes de San Juan, como queriendo bailar un son montuno de Johnny Pacheco y su tumbao. Cuando caminabas, recuerdo perfectamente, no había hombre que pasara a tu lado y no te mirara, o volteara la cara, ni hombre que estuviera parado en las aceras que no quedara alelado, con tu fuinfuán alondriado, gacela saltimbanqui, con tu run run explosivo de tus muslos al rozar, y decenas de hombres, adultos y jovenzuelos, enamorados, enajenados, alienados, estupecfactos, presos del color sudoroso de tu mirada terrible, tu mirada, Chicha, que era una estela gigante bordeando las costas marinas, caribeñas como tú; varones que por un momento se olvidaban de todo tipo de problema, hasta de la represión política del momento, o la opresión económica, de alienación cultural arrabalizada; debes recordar, Chicha, cuando una vez nos emburujamos con la policía, a la salida del Liceo Juan Pablo Duarte, y ellos nos tiraban bombas lagrimógenas, y nosotros piedras contra ellos, y yo tuve que socorrerte urgentemente con un pañuelo húmedo de agua para empapar tus ojos llorosos, tus ojos verdigrises cristalinos, que no se sostenían por un instante abiertos, y yo los pude ver por primera vez tan de cerca, que sólo me escuché decir !guao!; y cuando se supo sentí la envidia de la mayoría de tus pretendientes, pero principalmente de uno de ellos, que era el más “encantado” por tus encantos, el trigueño-moreno, Joaquín, “El cuentista”, tu eterno y loco enamorado, el más agresivo, el más decidido a conquistarte, no paraba de seducirte; ya si ibas al colmado, ya si ibas al colegio, ya si ibas donde tu hermano al doblar de la esquina, ahí iba Joaquincito detrás de ti, dándote mente, pidiéndote amores, prometiéndote villas y castillos y hacerte cientos de cuentos para que te riera a carcajadas lindas, a mandíbulas batientes, y ofreciéndote mil diabluras más, con tal de ganarse tu afecto, tu sí definitivo, y que lo salvaría de la desolación, y tú nada de nada, Chicha, ¿recuerdas?, y él como esperando esa oportunidad, porque Joaquín deseaba más que nadie ese sí, pero tú siempre negativa, porque nadie del barrio estaba a la altura de tus encantos de trigueña en celos permanentes, alevosos, terribles, insorportables, con esos ojos atrevidos, cavidades donde la lujuria se presta para el encanto, con esa cadera de cabra encendida, capaz de inspirar los versos más esplendorosos, incultivados aún por el mayor de los poetas, podías elegir al más alto pretendiente que aún no aparecía, poqure eso era lo que tú esperabas, entrenada como estabas por tus familiares y vecinos, de que tú te merecías lo mejor, porque tu cuerpo lo demandaba, y era cierto, Chicha, cientos de pretendientes pisaban tus talones, se acercaban a tu acera, al vano de tu puerta, para exigirte, para domarte, para protegerte de las garras felinas de esos tigres del barrio que nunca te iban a dar lo que tú te merecías como mujer indomable; toda esa fila de jovenzuelos que surcaban tu casa era signo evidente de tu demanda, y tu casa era espacio insuficiente para tanta visitas que te acosaban, y tú ni te inmutabas, esperando un príncipe azul, quizás, el hijo del farmacéutico de la esquina Federico Velázquez con Dr. Betances, que estudiaba medicina, el del hijo del colmado, que aún no terminaba su bachillerato, el hijo del almacenista allá en la Duarte con 13, cerca de tu casa, sí Chicha, era eso. Lo cierto es que nunca se te conoció un amante del barrio, de los que acudían a ti; mientras las demás chicas de todas las calles aledañas, se morían de envidia, no entendían cómo tantos hombres rechazados vivían pendientes de ti y no de ellas que estaban a la orden del día, qué tenías tú, qué te veían para que no se fijaran en ellas y sí en ti, que tenías lo misma que ellas y fue así, según la mala lengua, y confirmado por este señor que está a mi lado que me cuenta sobre ti, bueno eso dice él, que una de esas chicas envidiosas decidió un día terminar con la situación, “este relajo tiene que acabarse hoy mismo”, dicen que fue que le quitaste el novio, pero yo no lo creo, tenías demasiados pretendientes para tener que escoger uno comprometido y a oscura, Chicha, ¿a escondida?, no lo creo, ¿cómo pudiste elegir a uno de los pretendientes con amores públicos con otra?, no lo creo, supongo que si fue así fue porque el novio de ella la dejó, se separó de ella para buscarte, cortejarte, y ella pensó que fue por tu culpa, porque nadie escapaba a tus encantos, ni solteros ni casados ni comprometidos, todos confluían a tus pasos, a tus imperios lujuriosos, logrados al caminar, al bailar, al mirar, al hablar; todos rendían pleitesía a tus designios, todos querían ser agraciados de la mirada de la india morena más encantadora del barrio, tener tus brazos órfeos musicales, recibir tu argenta mirada, tocar tus angostos cabellos cuando caían en cascada sobre tu frente, besar los labios más sensuales que ojos humanos hayan besados, labios de miel sabor a canela pura, sedosos, sediciosos, luminosos, y esa muchacha, Chicha, vuelta loca, te echó un ácido encima, sobre tu esculpido cuerpo lozano, salpicándolo todo, corriendo por todo tu cuerpo, palmo a palmo, desde el pecho al vientre, desde un brazo hasta tus dedos angelicales, desde una de tus oscuras piernas sonrosadas hasta tu “Talón de Aquiles”, debilitóndolo todo, y sobre todo, y fue la barbarie de tu desolación, en un lado de la mejilla izquierda, que te desfiguró para siempre, Chicha, y marcó ese sino vivencial que hoy acontece en ti, en tu existencia poco envidiable, como fuera otrora, Chicha, y sin marido, sin hijos, sin oficio o profesión, envejecida a destiempo, sin padre ni madre, ya ausentes del mundo de los vivos, y con la vergüenza en el suelo, aunque no te das apuros pedirle una limosna al primer cristiano pecador que te pasa por el lado, para poder comer, para poder sobrevivir y tratar de no vivir en tu pasado remoto, juvenil, glorioso, cuando era el centro de atención de todo el barrio, como lo eres ahora, Chicha, sólo que ahora te rechazan o se conduelen de ti, contrario a un tiempo pasado, que fue mejor, cuando todo el mundo te amaba. Se me parte el corazón, siento mucho verte así, Chicha, “hecha hilo y recomendada para hilacha”, y ya no me queda otro camino, que regalarte esos diez pesos que me pides y que me sobran y marcharme sin decirte nada, sin dirigirte la palabra, sin decirte que yo también, Chicha, que yo también deliré por ti.
Erase una vez…………...Cuentos……………....Federico Sánchez
-23-
Confesiones a prima noche
A mi madre
Ana F. Sánchez
-in memoriam-.
!Ay mi hijito, si te cuento! No te imaginas cuánto yo he sufrido. La vida es dura y cruel a veces, a Dios que reparta suerte. sus deseos hechos son. Desde que tuve edad para hacer oficios, a los 8 años, allá en el campo de La Charca de Azua, hasta que me separé de tu papá, siempre fui una sufrida, y ahora dicen que después de vieja he querido liberarme, como si yo estoy vieja a los 50 años. No es eso, yo tengo derecho también a vivir, aunque tenga 60 ó 65 o más años; no me mal interpreten, digo vivir en el sentido de no tener obligaciones con esta casa, con todos ustedes, que ya están casados, ¿comprendes? y entonces poder visitar a la familia, visitar la iglesia adventista “La Asamblea de Dios,” todos los días y entretenerme en los “Retiros” los fines de semana y leer la “Biblia,” divulgar las palabras del Señor a todas las criaturas del universo, su creación, !Que así sea!; te digo, con la mano sobre la Biblia, “palabras del Señor”, que no es así, como si yo fuera una cualquiera; si me independicé hace años de tu pai´ no fue para divertirme, sino para salir de un sufrimiento que me tenía estrangulada desde que me junté con él; dicen que la vida es sólo una y hay que vivirla a plenitud, aunque sea durante la vejez, que Dios castiga pero es lo mal hecho, no la libertad; tú no te imaginas lo que es sufrir. Aunque a la verdad te digo que “no me importa que me digan que soy mala, como dice Mélida, La Sufrida, en su canción, yo sé que soy buena, y “en esta vida yo me siento muy feliz, porque en la otra vida, que es la que le llaman la buena yo sufrí mucho y por eso soy así”, ja, ja, ja, no me hagas caso, sólo hago un chiste, que en el alma alegre entra el Señor. !Alabado sea!, por eso he abrazado a Jesucristo y esta Biblia es mi compañera. Pues sí, si te cuento, no paro de contar; desde que tu hermano Josecito estaba en la barriga, y Winston tenía ya ocho años, cuando tú tenías año y medio de haber nacido, ya yo había tenido miles calamidades, como turbios nubarrones empedrados, como secos vientos
montañosos, como esos que surcan la montaña de Azua, como los desiertos áridos que atrevesó Abraham, según he leído en la Biblia, eso creo; recuerdo cuando fuimos a San Juan, bueno tú tenías dos años, pero me has preguntado que qué edad tú tenías cuando te llevé allá y dices que recuerdas los matorrales que en el amanecer brillan como estrellas fugaces, por gloria del señor, y también recuerdas los guandules del patio de la casa de Evangelio, mi tío político, guandules verdes como el prado posado en la falda de la montaña, más allá del pueblo, llegando al poblado “Las Matas de Farfán”, cerca del arroyuelo donde se bañan los muchachitos campesinos de ese municipio campestre; pues sí, cuando yo te llevé a San Juan tú tenías dos años y Josecito estaba a puno de nacer, y sabes por qué yo me fui para San Juan, ah, porque tu padre nos abandonó, dizque se fue para el campo a echar unos días en el conuco de su tío Evelio y conseguir para pagar el alquiler de la pieza que teníamos allá en la calle Caracas, porque aquí en la capital, que hacía tres años habíamos llegado, en el año 51, desde La Charca de Azua, a buscar de qué vivir, no encontrábamos casi nada, de modo que se fue a trabajar unos días, pero !cuántos días!, y al ver que al mes no regresaba yo tuve que salir contigo para la casa del tío Evangelio y a Winston lo dejé de paso en La Charca, porque ya tu pai´ se había ido no sé sabe para dónde; lo dejé donde tu abuelo Julio María, que en paz descanse, y seguí directo para donde el tío, mi familia era muy pobre, y yo aún era una muchacha campesina, sin saber hacer muchas cosas, sin tierra, sin recursos y no tenía para mantenerte a ti, ni mucho menos a esa barriga de Josecito que ya venía en camino, eh, con tan poca experiencia, yo no sabía leer bien, sin estudios, a dura pena sabía leer, con la lectura de la Biblia ahora he que yo he aprendido a leer bien; pues sí, tú crees que fue fácil, la vida que yo he vivido fue difícil y como el día más claro llueve, sin ton ni son decidí irme para el campo yo también, dejando todos los ajuares, que eran muy baratos, pero los dejé donde tu madrina Mercedes en un rinconcito hasta que yo volviera, pero si me fui para el campo no fue para donde estaba tu pai´, no, me fui directo a donde tío Evangelio que siempre me esperaba con los brazos abiertos, en la buena y en la mala; eso sí, cogí una rabia que decidí dejar a tu pai´, pero la situación económica no me dejaba, tuve que volver donde él, tuve que esperar muchos años, que tú y tus hermanos estuvieran grandes para que termine ese calvario que tenía encima, que sólo Cristo Jesús sabe, porque tu pai´ sólo pensaba en traer la comida, cuando podía, y después eso era bebe que te bebe, bebe que te bebe, y siempre con un bajo a ron, y cuando no, era resacao, durmiendo toda la tarde y la noche, dos o tres días después el mismo trajín, bebe que te bebe, y si yo no hubiera vuelto con él cuando me fuí para el campo de nuevo para donde el tío, a lo mejor otra cosa sería. Recuerdo aquella tarde, cuando ya El Profesor Juan Bosch era Presidente, que Lucesita se me puso mala con tan sólo seis meses de nacida y yo no tenía ni un cinco, ni un níquel para llevarla al médico y él todavía no había llegado a la casa porque estaba de parranda con su compadre Asrael, el compadre Chejo y el compadre Blanquito, todos de parranda, vaya usted a ver que trío de mariachi canturreando bolero cubano y bachata de guardias amargaos, y esa niña ahí mala y tú y Josecito todavía chiquitos y tu hermano mayor, Winston, a penas tenía como 15 años, no sabía aún de la vida y los dejé al cuidado de él, y me fui al médico con Dios delante, ay, pero parece que se me quedó atrás, !Aleluya!, porque ya era tarde, la niña ya se había deshidratado, eh, eh. Ah, la que pasé para llegar al médico, no te imaginas, tuve que pedir prestado unos chelitos a la vecina Mariana para el carro, que era de concho, Duarte derecho bajando, no es como es ahora que hay taxis, o los vecinos tienen vehículos que te pueden llevar, no, eran tiempos difíciles, y llegar a la clínica del doctor Záiter en la avenida Mella fue un viaje eterno, y la niña sudando en frío, quemándose, pobrecita, con su cuerpecito tierno y bello y sufrir tan fatal calentura; me pasé tres días llorando la única niña que había tenido, no tanto por la pérdida de mi única niña, si no también por la impotencia mía, por mi cobardía de seguir al lado de este hombre; bueno en realidad no podía, no tenía otro remedio, yo no producía, había sido criada allá en mi campo del sur para la casa, para los menesteres, los oficios de la casa, !Gloria al Señor!, para atender a los hijos, los hijos de mi papá, a mis medio hermanos menores, y luego los hijos míos y a un marido que si yo sé que me iba salir tan borrachón ni ji ni jo le hago caso, porque no era que él no trabajaba, pero entonces lo que se ganaba se lo bebía, él siempre se tiraba su traguito en el bar de Fabio y jugaba su jugadita de billar y de dominó, pero todos los días se iba a trabajar tempranito, tanto aquí como en el campo, allá en el conuco se iba a echar su día labrando, arando la tierra o cosechando la siembra de maíz y de plátano o como peón en los camiones de carbones que iban a la ciudad todos los días o como ayudante de yolero en playa Caracoles en donde abundan el Róbalo, el Carite y el Colorao, que son los pescados más sabrosos de azua, y yo lo veía tan preocupado por el trabajo que tu abuelo decía “ese muchacho sale trabajador”, !Dios lo quiera! pero la junta con los demás muchachos parece que lo llevaron como “oveja al matadero” con el bendito alcohol, porque después que vinimos aquí a la capital a buscar una mejor vida comenzó a encontrarse con los compañeros de allá del campo de La Charca, y comenzó el trajín de la bebida, y eso era bebe que te bebe y ya nadie pudo salvarlo de esa trampa de la bebida, ni siquiera cuando estaba trabajando en la carnicería, la que estaba en la José Martí con Eusebio Manzueta, debajo del árbol gigante de laurel, el de las bolitas, que así son sus frutos, y eso era bebiendo y vendiendo a la vez y daba muchas onzas demás, porque el marchante o más bien los compradores o las compradoras, porque la mayoría eran mujeres, se aprovechaban y le ponían un pedacito de carne a su compra después que él las despachaba, dizque de ñapa, y así se iban más de cinco o diez libras entre pedacitos y pedacitos o les cogían dizque fiao y como estaba borracho se le olvidaba, porque yo a ti te digo que ese romo no perdona y entonces después del medio día venían los canchanchanes de él y se metían en el colmado y pasaban toda la tarde ahí tomando tercia de ron “Palo Viejo”, y a todo el que pasaba le regalaba un trago y la tercia de ron no duraba nada, y hasta regalaba moneda que siempre tenía en los bolsillos, los bolsillos llenos de monedas fruto de la venta de las carnes que había vendido, a veces carnes que se las fiaban para pagarlas después y él bebiéndose ese dinero ajeno que era de los mayoristas que les vendían a docenas de carniceros repartidos por toda la ciudad, y las llevaban tempranito a cada carnicería y luego después del medio día iban a cobrar, y les pagaban según la venta del día, pero él no, él seguía bebiendo, siguiendo la parranda, a veces durantes tres días, después venía la resaca, un dolor de cabeza interminable, y en vez de pagar la carne y pasarse luego un rato tomándose un traguito seguía de corrido, y después seguía en la noche, pero aquí en la casa, porque eso sí tenía él que cuando daban las siete de la noche ya estaba aquí y se sentaba ahí en el mueble con su consola y una tratando de darle la cena y nada de comer, sólo trago y trago y brindándole trago a una y yo que no, que no me gusta, y a ustedes también, y eso era música va y más música viene y cantando ese “amor sin esperanza, ése es el mío, malhaya sea mi suerte sin tu amor, si te llamo no respondes, si te busco nunca te puedo encontrar...” y no sé qué más, lo cierto es que ya tarde de la noche se cabeceaba en el mueble propincuo a romperse el cuello de tanto cabecearse y no había forma de llevarlo a la cama porque cuando una lo intentaba venía !za! y se zafaba y volvía y se sentaba en el mueble
viejo que teníamos, el que nos había regalado el compadre Anulfo, el padrino de Winston, que de tanto sentarse ahí cuando estaba borracho le fue haciendo un hoyo, porque sólo se sentaba del mismo lado, siempre del lado del picot y ese picot ahí sonando, tronando con su lomplay de los largos, ¿te acuerdas, sí?, o sintonizando la radio, “La Guarachita, rumbo al futuro”, era la que más le gustaba, y las canciones de su primo charquero eran sus preferidas, las de José Manuel Calderón, también de allá de La Charca, era su bachatero de amargue preferido con su “Llanto de luna...luna, uuuaa, dime tú si ella me quiere...uuuuaa, como ya la quiero a ella, como tan sólo se quiere una sola vez...”, ah, te la sabes, eh, y “Quema esas cartas”, también, y ustedes peleando para que baje la radio porque no la bajaba, siempre la tenía alta y ustedes locos por dormir y a veces los grillos gritaban por ahí por la oscuridad como quejándose también, rotorciéndose de dolor como gente, y los gallos nos sorprendían con su canto madriguero, lastimoso, que ni Pedro quejándose antes de que sacrificaran al señor !Gloria a Dios en las alturas! y todavía esa radio prendida a todo dar. Tú no te imaginas lo que yo es pasado desde chiquitica, !Gloria al Señor! Cuando yo era niña que estaba en la escuela, con apenas nueve o diez años mi madrastra me mandaba a buscar para que le ayudara en los menesteres de la casa y cuidar los tres niños que ya tu abuelo había tenido con ella y así me pasaba el día haciendo oficio y siempre lo mismo, todos los días, y eso era lávame esta ropa aquí, ponle los pantolancitos al niño, mira que hay que fregar los trastes de las doce, que dale un chin de leche a Rafa, que hay que ordeñar la chiva de José para que le lleve un poco a tu tío Quevedo que la necesita por recomendación del médico, mira que hay que buscar dos bidones de agua a La Rigola que hoy está bajando limpia y llena, parece que estaba lloviendo ayer en la montaña, porque aquí no cayó ni un gota de agua, oye que hay que arrear los puercos que se salieron del corrar, quién sería el que les abrió la tranca, ahorita viene tu papá del conuco, tiene que prepararle agua en el baño, y después que llegue selecciona los víveres de la cena y los pela antes de que nos agarre la noche, y así una infinidad de cosas, todos los días; en una de esa ya no volví a la escuela, apenas aprendí a leer, si no yo fuera otra cosa. ¿Quieres un jugo de jagua? Es bueno para los riñones, un médico me lo dijo, ¿prefieres café? Bueno, pues sí, la vida no es como la pintan, a veces pasan cosas que una no sabe explicárselo..... ¿Cómo?, ah sí, eso fue hace muchos años, en la Era de El Jefe, cuando eso vivíamos cerca del parque Julia que era el nombre de la madre del dictador y que ahora se llama parque Enriquillo, creo que ese fue un indio que se rebeló contra los españoles, ¿verdad?, según me dijo tu padrino Asrael, que en paz descanse ¡Gloria al señor! pues sí, eso fue una noche que tu pai´ estaba desollando un chivo (que nada tenía que ver con el Jefe) y se había prohibido matar chivos y cerdos en los patios de la casa, y menos en cuartería con patio común donde hay varias familias viviendo; había que matar los animales en el matadero, que era propiedad de El Jefe, y estaba ubicado donde está ahora la Cervecería Nacional, allá en el ensanche de La Feria o de La Paz, por donde se mudó tu padrino después, y en ese matadero había que pagar por cada chivo, puerco o becerro que se degollara y tu pai´ ni podía transportar el animal porque cobraban muy caro y ni podía pagar los chelitos que se iba a ganar, porque ¿y entonces?, ¿para qué?, ¿comprendes?, entonces vino la policía y se lo llevaron preso, algún calié del barrio o un vecino molesto hizo la denuncia.....Eh, bueno, déjame ver, Winston tenía nueve años, tú como tres o cuatro, eh, sí, fue después del viaje a San Juan, ya Josecito había nacido, tenía un año y meses, pues bien, se lo llevaron para la cárcel de La Victoria, no sé por qué tan lejos de aquí de la ciudad capital y por un simple chivo que mató para venderlo por libra y ganarse el sustento de la comida y una o dos tercia de ron, un “care’gato”, pero como al mes lo sentenciaron y le echaron seis meses de cárcel y de servicio público; todos los días a él y a otros presos los sacaban para trabajar en diferentes lugares..... ¿Las fundas de maní?, ah sí, las recuerdas, tú estabas muy pequeño, esas fundas de maní que él lanzaba todos los días del camión del presidio a la acera de la casa era cuando venían desde la finca, no recuerdo cuál de las fincas de Trujillo, porque los presos tenían que trabajar la tierra todos los días de sol a sol en las fincas de los Trujillo, entonces el descosechaba ese chin de maní todos los días y lo envolvía en una funda o un trapo y cuando el camión pasaba por aquí camino a La Victoria, él lo arrojaba, casi siempre entre cinco y seis de la tarde, entonces yo lo tostaba para venderlo, Winston se encargaba de venderlo en el parque Julia, y en los cine-teatros Atenas, El Trianón y Julia que estaban ahí mismo alrededor del parque y la calle Trujillo Valdez, el padre de El jefe y que ahora es la Av. Duarte, !qué contradición!, bueno, y hasta la comadre Mercedes, tu madrina, que vivía también en el patio me ayudaba y hasta me daba cosas de comer y algunas cosas para la casa que aunque viejas me servían de algo, y como “a caballo regalao no se le miran los dientes”, según decía tu abuelo, yo “ni tonta ni perezosa” las cojía, porque yo quiero que tú sepas que la situación se nos puso difícil, seis meses, él preso y yo sin saber hacer nada, sólo oficio y cuidarlos a ustedes, eh, que eran los que habían nacidos, y esos paqueticos de maní que nos lanzaba él, que en paz descanse y Dios lo tenga en gloria y lo acoja en su santo seno, de alguna forma nos ayudaban, porque eso sí debo de reconocer, que aunque era un borrachón siempre se preocupaba por la comida de ustedes, mucho o poco, buena o mala, siempre la comida estaba ahí, aunque se olvidaba de las otras cosas de la casa. La segunda vez que cayó preso ya tú estabas grande, hacía tiempo que a El Jefe lo habían matado y aparentemente había desaparecido para siempre, !Dios así lo quiera! y la revolución de Abril del 65, aunque ya había pasado, aún estaba fresquecita, ¿tú lo recuerdas?, bueno, pues esa vez fue por la misma causa, por la carne, pero no de chivo, sino de vaca; él tenía como amigo, digo amigo así, no sé, pero ese amigo era un cuatrero, ¿sabes qué es un cuatrero?, sí, ese cuatrero robaba, y tenía un grupo que lo acompañaba en su andanza de robo de ganado, se llamaba o le decían Guarocuya, cara dura pero sano, y con cara de “yo no fui”, fuerte y alto y se veía tan bondadoso, sobretodo contigo que a veces le servía de lleva y trae mandados a Isabel, la hija de la vecina, bueno, Guarocucha, así le decían, en paz descanse también, porque creo que después lo liquidaron en una acción de esa mala práctica, entonces ese cuatrero y su grupo, dos o tres compañeros, robaban según él por los predios de Villa Mella, a altas horas de la noche, imagínate Villa Mella hace 25 años, por lo que hoy es San Felipe y Sabana Perdida, todo era fincas, muchos hateros, sabanas enormes de montes, matorrales enmarañados como los de La Charca, aunque más fértiles por los ríos que están cerca y las lluvias que caen intermitentemente, aunque hoy ya son villas residenciales, barriales, entonces robaban las vacas a altas horas de la noche, entre dos y tres de la madrugada, y en el mismo monte las descuartizaban, les quitaban todos los huesos y cogían la mejor carne, el resto lo dejaban abandanado, de modo que los dueños robados encontraban esos restos al otro día y ahí venía la denuncia en la policía, que a veces se mantenía vigilando, entonces llegaban aquí a la capital antes de salir el sol, cuando la noche se pone más oscura, como dicen, siempre lo hacían en carro, entonces despertaban a tu papá a eso de las cuatro de la madrugada y ahí mismo en la cocina pesaban la carne, todas mezcladas, precio barato, todas las carnes por igual, luego se vendían a buen precio y él se ganaba mucho dinero, pero total, después que las vendía, una parte en la carnicería y otras, las mejores, el boliche, la cadera, el rotí, deshuesado, la bola blanca, el dobo, las vendía en las tiendas y el filete a uno de esos compradores que revendían a los restaurantes, a Julio, te acuerdas de Julio, el hijo de Fifa, Josefina, la amante del otro carnicero que le decían Cheo, sí, casi siempre a él le vendía el filete, que era la carne más blandita y las más cara; ah, pero eso sí después de eso se pasaba tres días bebiendo romo, a veces “bebiendo ron sin bañarse”, como dice Andy Montañez en su canción, que estaba de moda en ese tiempo; por supuesto que yo a veces me aprovechaba y le sacaba algunos chelitos del bolsillo del pantalón cuando estaba durmiendo, sentado ahí, en el mueble viejo, cabeceándose a veces, y diciendo “déjenme quieto”, que con ese jumo que tenía nunca se daba cuenta, y se pasaba la tarde entera en el colmado de Fabio, te acuerdas, allá en la José Martí con Manzueta, y el árbol grande de bolitas arropando toda la acera y la calzada dando grandes sombras, era increíble ese árbol; entonces tu pai´ invitaba a sus amigos y a su compadre Asrael, que después de tirar o levantar una casa de blocks también bebía mucho, y lo acompañaba y así se pasaban dos y tres días, en la mañana él vendiendo en la carnicería con una botella de ron y en la tarde en el bendito colmado cantando las canciones de Roberto Ledesma !qué parranda! y se cogía con cantar, bueno tú recuerdas esas canciones, ¿sí?, de Ledesma, que era su favorito “camino del puente me iré, a tirar tu cariño al río, mirar como cae al vacío, y se lo lleva la corriente”, ah, pero te la sabes bien, bueno de tanto repetirla no digo yo, y como la música hace bien al alma y es alegría para el oído, alabemos al señor cantando !Salve María!; también le gustaba cantar “Ahí está la pared, que separa tu vida y la mía; esa maldita pared, yo la voy a tumbar algún día; no puedo besarte, no puedo abrazarte, ni sentirte mía...”, del mismo Ledesma, ¿verdad? y el otro, no recuerdo el nombre del cantante, que cantaba con “La Sonora Matancera”, ¿cómo?, ah, Albeto Beltrán, ¿sí’, ese mismo, creo que le decían el “Negrito del Batey, porque el trabajo para mí es un enemigo, el trabajar yo se lo dejo todo al buey, porque el trabajo lo puso Dios como castigo”, ¿no? Sí, bueno, blasfemo que era el negrito comparón ése, ¿no? ¡Obra del señor. ¿Que te dé más café?, ¿y no es mejor jugo de china?, los espaguetis no estarán por ahora; bueno el asunto es que una vez parece que a los cuatreros los estaban vigilando y una noche los atraparon y los obligaron a decir a quiénes les vendían la carne, porque no era solamente a tu pai´ que les vendían y nombraron dos o tres y también se los llevaron presos.... ¿Cuántos meses? Bueno, ya tú estabas grande, recuerdas que duró nueve meses presos en La Victoria, enero-septiembre, otra vez, diez años después de la primera vez y otra vez las calamidades, aunque no tanto como antes porque ya yo tenía mi rifita de la Lotería Nacional, “la amiga del pobre y del rico” y Winston ya estaba mayorcito y ya sabía trabajar la carne, eh, sí, se la buscaba y veces en todo; tú y josecito ya hacían algo también, porque Rey y Jesús estaban pequeñitos, y mi sobrina Damaris ya me había traído a su hijita para mí, para que yo la criara y me quedara con ella porque yo no había tenido hija hembra y ella no podía tenerla allá en el campo de Ocoa que era donde vivía mi hermana de madre, que era su mamá, entonces me la trajo para que yo me quedara con ella, creo que tenía como dos años cuando eso y tú como doce, aproximadamente, pero tú y Josecito ya hacían algunas cosas, ya ustedes se ganaban sus chelitos, vendían pan, dulces, helados con una cajita sobre los hombros y una campanita, ¿recuerdas? que al tocarla tililín, tililán decían “helados en palitos, a comer helados” ja, ja, ja, !Gloria al Señor! también limpiaban zapatos y compraban botellas vacías con su carretilla, hecha de caja de madera en donde venía el bacalao noruego y les ponían ruedas con cuatro “cajas’e bolas” desechadas de los vehículos, y salían por toda la parte norte de la capital, Villa María,Villa Consuelo, Mejoramiento Social, Villa Agrícola, Villa Juana, Ensanche Luperón, y voceando, ¿cómo era?, “botellas, botellero, compro botellas vacías”, principalmente los domingos y los lunes que eran los días que más botellas habían porque los sábados y los domingos la gente se daba sus traguitos, y luego ustedes las vendían en los puestos de botellas.... Ah, sí, tu pai´ también me daba algún dinerito, cuando yo iba a verlo a La Victoria todos los fines de semana o quincenal, él me daba unos chelitos porque allí, aunque preso, él hacía algo en el taller de artesanía y las cosas que hacía las vendía a los visitantes... ¿unas lámparas? ah sí, ¿recuerdas esas lámparas?, hechas con bambú y forros de canas de
palmas, y en la base una casita campesina, se veían bonitas, las hacían allá en el taller de artesanía de la Penitenciaría La Victoria (vaya Penitenciaría, y no sé cuál Victoria, porque cumplir una penitencia no puede ser una victoria, o era la victoria de los probotes), no sé si él aprendió a hacerlas, sólo sé que varias veces él me entregó esas lámparas y las vendíamos, y pusimos una en la sala, en la mesita de hierro, que se veía de lo más mona; bueno, esa vez duró nueve meses, a los nueve meses le pasaron causa y le echaron seis meses, o sea, que duró tres meses de más en La Victoria, que te repito no se por qué le llaman La Victoria a una cárcel, porque el que entra ahí es un derrotado, un perdedor.....¿Eh?, ay, sí te cuento, este ranchito fue hecho con tanto sacrificio, tú no te imaginas lo que yo luché con tu pai´ para poder levantarlo, era una calamidad, ese romo lo volvía loco, se olvidaba que era necesario un rancho, que ustedes ya eran muchos y había que asegurar este techo. Como siempre, surgió así de repente, sin programarlo, una oportunidad, aquí en la José Martí con calle 11, sólo habían unas cuantas casitas y el resto del solar, hacia atrás, en el patio, enorme, todo era monte, entonces los dueños comenzaron a vender por solar, pero el carpintero que le llaman Papito compró como dos mil metros, mira, toda esa parte de ahí y de acá al lado, donde vive doña Ana, todo eso lo compró Papito, luego hizo su propia casa, y el resto lo vendió y tu pai´ que tenía unos chelitos que se había ganado en esa semana vendiendo plátanos, carbón azuano y carne, compró esta parte donde vivimos, por 28 pesos, eso fue en el 63, antes de que tumbaran a Juan Bosch y se formara el Triunvirato, presidido por un tal Ramón y por Donald Read, ese mismo que anda por ahí dizque privando de patriota; bueno yo quiero que sepas que cuando te hablo de 28 pesos no son iguales que los de ahora, los de1 96, porque 28 pesos del 63 son como 40 mil de los de ahora, cuántos años son del 63 al 96, eh, como 30 años, bueno calcula que un solar en este barrio del 63 vale más de 50 mil ahora, quizás el doble; entonces para ese tiempo en la manzana del frente, la que llega hasta la calle Duarte, era monte todo, los Vicini tenían eso cercado, desde la Máximo Grullón y la calle 11 y desde la José Martí y la Duarte, en la cuadra siguiente era que estaba el Departamento de Malarialogía, ¿recuerdas?, bueno, y en varias ocasiones esa tierra que te digo, la de los Vicini, fue invadida por los parroquianos inmigrantes que vivían por el entorno, incluso tu pai´ cercó un pedacito, pero venía la policía y tumbaba todo, las cercas, los palos, los alambres de púas y se los cogían, los subían a un camión y se los llevaban, tu pai´ lo hizo la primera vez que invadieron, como los hicieron los famosos paleros después que tumbaron a El Jefe, en el 61, que en turbas y con palos en las manos tumbaban estatuas y rompían vidrieras de las oficinas públicas y de las empresas del dictador asesinado o cogían solares en la parte alta de la capital, creo que la primea vez que participó tu pai´ fue en el 62, antes de las elecciones en donde ganó Juan Bosch, pero después que echaron a Balaguer del gobierno y que se formó el Consejo de Estado, que vino de nuevo el desorden y volvieron e invadieron esos terrenos, pero tu pai´ no quízo participar o estaba borracho cuando ocurrió, no recuerdo bien, esta vez no los sacaron, todos los que cogieron su pedacito de tierra comenzaron a levantar su casa, hasta la fecha permacecen ahí o los hijos viven ahí o les han hecho una segunda planta; luego fue que llegó esta oportunidad y compramos aquí por los 28 pesos como te dije; nosotros vivíamos en la casa de doña Mimita, que fue la madrina de Josecito, al otro lado, en la Juana Saltitopa, en el patio que da aquí a la José Martí.....Ah no, no estoy cansada de hablar, puedo contarte toda la noche, mientras llegan los espaguetis te diré que fue en 1958, ya tú entrabas en los cinco años, fue una noche, ¿cómo te digo?, calurosa y con amenaza de lluvia, la suerte que teníamos pocos trastes y eran ya viejos, por eso tuvismos que hacer la mudanza de noche, para que nos no vieran la pobreza encima, aunque nunca hemos sentido vergüenza de nuestra condición, pero tú sabes, a veces hay que disimular, tuvismo que salir de allá de la casita de la doctor Betances, en Villa Francisca, que fue el barrio donde tu naciste, porque el dueño del rancho ése nos echó para fuera, Narciso se llamaba, moreno, alto y flaco, pero fuerte y con una cara de yo no fui, a veces sonriente pero duro en el hablar y siempre con su amenaza de que nos iba a echar los trastes al patio, y tú sabes por qué, porque tú pai´ tenía como cinco meses que no pagaba la renta, y todos los días teníamos a este señor encima de nosotros, hasta que tu pai´ consiguió aquí en la Saltitopa con calle once, en otro patio y habló con la dueña, doña Mimita, que nunca nos sacó de la casa, porque también tu pai´ se atrasó muchísimo, poque nos hicimos comadre y compadre de ella, fue poco después que bautizó a Josecito, suerte que tuvimos con esa doñita, tan dócil, arrugada y fuerte a la vez que estaba ¡Gloria a Dios!; en fin, esa noche llegamos con todo nuestros ajuares, montamos todos los trastes en una motoneta, fíjate si era poco, que sólo tuvo que dar dos viajes esa motoneta, de tres ruedas, y como sólo eran dos camas, que tú, Winston y Josecito dormían en una, entonces los muchachos del barrio nos ayudaron a cargar, y por suerte, el patio de la guardería era ancho y no escabroso, aunque no tenía piso, que era tierra, era llano, y en el centro había una mata de almendra que sirvió después para hacer una hamaca con las sogas que tu pai´ tenía para amarrar los chivos y los puercos, y bien que sirvió ese patio que era un solar enorme porque tenía mucha hierba que alimentaba a los animales, y esos muchachos ya grandecitos, así como Winston, como de diez años, nos ayudaron, estaban Pun y Pinta, los hermanos de Lalán, pero Lalán no, porque todavía estaba chiquito, y estaban ahí jugando a “Gavilán gato, si no me trae carne te mato”, que así decían y salían huyendo hasta que eran agarrados; pues sí y hasta la vecina Mariana que ya vivía aquí nos ayudó, y el zapatero Jacinto que vivía en la otra guardería, pero frente a la habitación de nosotros, también nos dio una mano; si no hubiera sido por la solidaridad de todos ellos se me hubiera caído la cara de vegüenza, !Alabado sea el Señor! porque mira que tener que presentar tantos trastes viejos y baratos en medio de la calle, no fue fácil, pero entre la algarabía y la alegría de los muchachos ayudándonos se nos pasó la tristeza, que la miseria es infernal pero no mata, y el frío helado con sábana o saco se quita, y en las peores calamidades !Cristo salva! Te digo que la que soporté no fue fácil, por eso fue que tuve que decidir ya cuando ustedes estaban grandecitos y que podían valerse por sí mismos, recoger mis cosas y salir huyendo, yo sé que después de tantos años juntos a un hombre no es bueno la separación, porque la soledad nunca es buena compañera, y es mala consejera, pero como me entregué al Señor, !Aleluya! me ha permitido sobrevivir; la lectura de la Biblia, las actividades de la iglesia han sido, serán mis eternos compañeros y han sido mi estímulo, si he sobrevivido a tu pai´, que en paz descanse, es porque en mis más de 60 años me he entregado al Señor, mi salvador, hasta los últimos días de mi existencia; en estos años de divorciada y después de viuda, la vida me ha dado algunas recompensas, ustedes ya con hijos, mis nietos, aunque dolida con la pérdida reciente del menor de todos ustedes, ha sido el primero en irse a pesar de ser el último en llegar, pero me llena de consuelo mi dedicación a hacer el bien a los demás llevándoles las palabras del Señor, con esta Biblia que llena vacíos, amén!.... Buemo, ésa es otra historia muy larga, aunque placentera, mejor cómete estos espaguetis, mira que se ponen fríos, y ya es muy tarde, porque si te cuento sobre eso no paro de contar..............
-2004-.
Erase una vez................Cuentos………….........Federico Sánchez
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Volver
a tus menguados ojos negros
Cuántos recuerdos me llegan, fugaces, bifurcados, como estelas en la mar. Ahora que te veo así, tan de repente, tranquila, ida, despreocupada, en el vano de esa puerta, recuerdo la tarde que te conocí, cuatro de la tarde, sol radiante, veraniego, y de la “talbia” de la calle, recalentada, resurgente, subía una resolana que a la luz solar temblequeaba al vaivén del viento, que empujaba el ardor solariego hacia el interior de las casas; esa tarde de un Mayo mágico, por sus flores y sus lloviznas fugaces y el candor de esas flores, te desmontaste del Chevrolet Cadillac marrón oscuro, ribeteado de amarillo claro, bajaste lentamente, con una parsimonia campestre, montaraz, enredándosete los pies con el contén de la acera que estaba a escasos centímetros de la puerta del carro, y tus ojos se veían azorados, al contemplar a los muchachos, algunos con pantalones cortos y en mangas de camisa y franela de hilo o de algodón al 50 por ciento, jugando pelota de goma, rebotándola en el contén de la calzada o de la pared de la casa, en el frente de tu futuro y provisorio hogar. Detuvismo el juego un instante para contemplarte, y lo primero que miré, ¡ah que mirada!, la mía, tan lujuriosa, tan impertinente, penetrante, tan reveladora de un deseo contumaz improvisado; sí, lo primero que vi fue el inicio de tu pecho sonrosado oscuro, esa colina empinada de donde surge el deseo, con sus humectantes montañas frondosas, que no peladas, como los cerros de Barahona, que se elevan sinuosamente, inpertérritos como alcanzando el cielo en busca de los placeres de los dioses antiguos, y ya no sé que fue de mí desde ese instante. Al subir la acera, esa misma donde estás ahora, tu hermano, el menor, Joaquín, te recibió con una sonrisa a flor de labios; él tenía ya en la ciudad capital unos tres meses y había anunciado tu llegada para cualquier momento, “para las vacaciones”, decía, con una contentura risual, y “ay de ustedes si me la enamoran, que todavía es una
niña, aunque tenga cuerpo de mujer”, y reía a carcajadas batientes, y le acompañábamos en su risa inocente, pero con sus reservas por dentro. A tus 15 años aún te considerabas una niña, Nancy, y en ese momento de tu arribo al barrio te observé serenamente; a pesar de tu caminar silvestre, no chocabas los talones ni las entrepiernas; cómo me fijé en ese detalle; y vestías a la moda, aparentemente el pantalón jeans fuerte azul y el prelavado ya había llegado a Barahona, tu ciudad natal, en el sur profundo a unos 200 kilómetros de la ciudad de Santo Domingo. Me llamó fuertemente la atención tu figura corporal, el jeans apretado, tus glúteos duros en cierne, de quinceañera y prácticamente adultos, y tus muslos delineados cual dos columnas
dóricas ancestrales, apretados a la tela como embutidos de jamón, tus pechos firmes y pequeños como colinas montaraces de la sierra del Bahoruco, de la que más se aproxima a tu pueblo, y tu rostro vivaracho, pero asustadizo, asombrado, delineado por unos labios gruesos de oscuro rojo carmesí encendido, cuando son expuestos al rayo del sol, y en la sombra a un rosado encarnado. Y esos ojos negros tuyos, menguados, angostos, vivarachos, pececillos vivientes debajo del agua visual, como son tus pupilas, lunares semiapagados, encendidos de fósforos blancos; no tuve más remedio que pensarte mía desde entonces, hacerte mía, amarte entonces, a ti, a tu imagen, tú y tu contorno, tú y la noche, dos arterias atrevesando mi pensamiento, dos luciérnagas apagando mis encendidos sentimientos al amanecer y desde entonces, a la luz de las madrugadas frías, y te hice mía, y decidí convertír a Joaquín de mi amigo callejero a cuñado de ocasión, y él, intolerante, incomprensible contigo, conmigo, porque en ese momento él notó mi mirada sobre ti y mis propósitos inconfesos, y poco a poco sobrevino el silencio, la incomunicación, la lejanía entre nosotros, él se alejó un poco de mí, como táctica para que yo no te me acercara, y fuiste tú la culpable inocente; por supuesto, aunque tres meses después de tu llegada no tuvo más remedio que aceptar la realidad, ya no había forma para que él se colocara como un valladar infranqueable entre nosotros dos; a mí me podía amenazar, alertar de la consecuencia, obstruir el paso hacia ti, pero contigo no pudo, pues te le enfrentaste valientemente, defediendo tu voluntad, tu derecho a enamorarte; seguiste hacia delante, enfrentándolo, a espaldas, por supuesto, de tu otro hermano mayor, el músico; entendiste que el camino era largo, pero al final se alcanza la satisfacción del sacrificio. Pronto él entendió que tu pensamiento estaba en mí, tu corazón palpitaba fuertemente por mí, tu ilusión de convertirte en la adolescente citadina estaba concentrada en mí. Al otro día de tu llegada ya nos habíamos conocido, pero tu hermano mayor, el músico saxofonista del grupo musical dirigido por Félix del Rosario, te cantó las “reglas del juego”, con gestos musicales, rítmicos, y ya se hacía imposible que habláramos a solas; apenas te asomabas al postigo de la ventana y se acercaba un chico callejero del barrio, te ordenaban entrar automáticamente y cerrar la ventana; en principio hablar contigo se convirtió en un martirio, una osadía viajando por mares remotos, inimaginarios, hasta que te hiciste amiga de una de mis amigas del barrio, María “La Cigua”, que vivía justo al lado de mi casa, una vecindad con más de 20 viviendas, cuyo patio común se alargaba por más de 80 metros desde el patio de tu casa, donde vivías y estás ahora, hasta casi llegar al traspatio de la casa donde yo vivía, que daba a la calle José Martí con calle 11, por la parte de atrás, ¿recuerdas?, te lo pregunto en mi imaginación porque ya todo ha cambiado, ahora han hecho otras viviendas en el solar enorme que era patio de esas miniviviendas, tipos pensiones; ese patio, lleno de abrojos y matorrales, de almendros y aguacates y eternas guayabas maduras, fueron testigos de nuestras miradas furtivas, nuestros abrazos acelerados, abrasados a una furia calurosa, llenos de amor o deseo o encendido humor apasionado, y llenos de besos apresurados y Lucesita Benítez en la radio que nos decía “con un beso picolísimo de tus labios al besarme, con un beso picolísimo que me va a enamorarme... y tú me respondías “nunca te olvidaré, siempre te amaré y bajo la luna iluminando nuestro amor..”, así era, besos picolísimos apresurados, cobijados por las sombras que al anochecer de un claro de luna ininterrumpido entre el ramaje del almendro proyectaba hacia nuestros labios, de modo que María “La Cigua”, que nunca se subió a un árbol ni trepó una palmera, por lo que no sé por qué le decían así, fue nuestra confidente, nuestra “maipiola” romancera, nuestra palmita encubridora, Celestina postal de piel negro azulado que llevaba y traía nuestros mensajes de pujante amor. Y traía o llevaba nuestra esperanza de vernos en el costado del árbol de almendras de tan enorme patio. Muchas veces Doña Mimita, la madrina de mi hermano, el que me sigue en tamaño, y propietaria del condominio trasero donde mis padres y mis hermanos vivíamos, y las casas grandes, donde tú, tus hermanos y tu cuñada vivían, nos sorprendía, apretados los dos, juntos, los dos, aprisionados en fuego fatuo, ficticio, los dos, y con su vocesita arrugada nos lanzaba improperios incongruentes y reproches baratos; reíamos a carcajadas, no de burla, sino por la sorpresa que nos daba al sorprendernos infragantemente, y nos soplaba tremendos manoplazos en las espaldas; aún así la respetábamos, y le hacíamos cariños para que no nos descubriera con tu hermano, ¿recuerdas?, pues a nuestros 15 y 18 años, éstos últimos los míos, ya sabíamos respetar a los mayores; ésto lo aprendí en la organización política de izquierda a la que yo pertenecía, como miembro de una célula de estudio, que luchaba por una mejor nación y contra los remanentes que nos dejó el trujillato, aunque te confieso que en ese momento no entendía mucho esos conceptos, en tanto tú aprendiste la obediencia y el respeto a través de tus mayores allá en tu lejana y agreste Barahona natal. Durante ese incandescente verano iniciamos un ritual onírico de increíble aventura; primero las miradas de soslayo, luego claramente definidas, luego lujuriosas, al borde de la pasión, luego el riesgo, los encuentros rápidos, y a veces furtivos, a veces temblorosos, luego el premio de consolación, un beso picolísimo. El tiempo se alargaba, la luz del día se hacía inteminable, tu hermano músico se la pasaba el día entero en la casa, ensayando, mas cuando anochecía se marchaba, entonces iniciábamos los aprestos para encontrarnos. María nos daba la señal, la seguridad de nuestros reencuentros en el traspatio, aún sea por 10 ó 20 minutos. Todo era tensión, todo era humor apasionado. Hasta que se inició el año escolar, cuando pensábamos que te regresaría a tu pueblo natal; de repente deciden dejarte, que los convence con argumentos, valederos, alguien diría baladíes, que te inscriben en la mañana, en tanto yo lo hago de tarde, escuelas diferentes, horarios diferenes, que te entusiamas y prometes estudiar mucho, que muestras mucha contentura, será porque te quedas en la urbe capital, será porque así estarás, cerca mí, ¿eh?, de mis ojos castaños, aprensivos, aprisionados, mirándote cada hora, cada momento, y que inicias la escuela conociendo chicos y chicas diferentes, tú demandada por cada nuevo adolescente que conocías, yo con grande experiencia tratando de extenderla hacia otras chicas, y fue así que se fue agrietando poco a poco nuestra comunicación, aunque de parte tuya, tu sentimiento hacia mí no disminuía, crecía cada vez más, pero yo, orgulloso, engreído, buscaba más y más experiencia, y tú me exigías más, demandabas más de mí, más atención y yo que comienzo a andar por esas calles de barrios centrales y marginales, visitando chicas estudiantiles, con Ernesto, nuevo amigo de la escuela, y conozco a Altagracia, trigueña voluptuosa que me llamó mucho la atención desde el primer instante, desde que la vi, así con su bulto
escolar sobre las espaldas, su falda ancha plegadiza adherida a su cintura violinística, y su blusita kaky de hilo delgado, su moño atrapado en la zona posterior de su cabeza, atado a un lazo rosado de banda estrecha y deliniado azul perla, y sus cachetes sonrosados que le daban un aura astral mejestuoso, sugestivo, atractivo, con un sexapil envidiable; y Ernesto se “levantó” a la hermana, que casualmente se llamaba María, María “La Traviesa”, le decían, porque además de encantadora era “chivirica”, locuaz, encendida, y esta María, casualidades que tiene la vida, al igual que la otra, “La Cigua”, que hacía de nuestra confidente, me llevaba y me traía mensajes de su hermana Altagracia. O sea, que mientras yo me la buscaba por otros rumbos, sin dejar de mirarte, por supuesto, tú seguías pensando en mí en un ciento por ciento. Siempre ha sido así entre la pareja. La mujer perenniza sus sentimientos. La pasión, el amor femenino es más profundo que el de su consorte, más sincero, más sutil, delicado y su deseo es como la propiedad privada: único. Y ya no sabía qué hacer, si decidirme por una o quedarme con las dos; por un tiempo fue así, con esta última opción. Mientras terminaba el año escolar, que cambio de escuela, entonces vuelvo contigo por completo, presto más atención a tus sencillos gestos femeninos, sutiles movimientos encantadores que apresan al sobreviviente, hambriento de ternuras más sinceras, y busco tu mirada presto a responder y responderte de nuevo detrás del árbol frondoso de los almendros, en cada caída de la tarde. Pero el tiempo pasa y se deciden muchas cosas sin que uno no pueda responder o detener su demarcado curso, ni con recursos naturales y ni con decisiones firmes, pues esas atalayas se presentan y a veces no se hace posible tumbar sus muros si no aparece una trompeta de Jericó que desgrane su fortaleza con leves sonidos fervientes, furtivos. Pues al terminar otra vez las vacaciones y abrirse el año escolar nueva vez, yo vuelvo a mis andanadas del año anterior, antaño error imperdonable; pero eran tan problemáticos nuestros encuentros, fueron tantas las oportunidades que se nos escaparon, que finalmente nuestras relaciones se agrietaron. Tú decidiste, o decidieron por ti, volver a tu pueblo natal. Viniste de un campo urbano por unas vacaciones de veranos, en 1966 y te quedaste en el barrio por más de dos años. Recuerdo que celebraste los 17 un domingo en la tarde y yo te ofrecí un lomplay de Rafhael “estuve enamorado de ti, pero ya no siento nada, ni me inquietan tus miradas, como ayer”, todo un exitazo de la época. Cinco años hace de todo eso, y ahora que te veo, ya toda hecha una mujer, sobre tus 20 años, tan bella, tan elegante, tan voluptuosa, tan asediada por los machos cabríos del barrio; con ese vestido de costado ancho y descorpiñado, pareces una diosa angelical escapada de la pirámide Egeo, y tu color indio de sabor a canela se ha acentuado más y más, y ya has redondeado más tu figura, aunque no eras tan delgada, aunque eras dura, delineada, contorneada al estilo figurín; ahora entiendo, por qué nunca te me saliste de mí, y creo que ahora sí podré dedicarme más a ti, y para demostrarte lo que digo he compuesto estos versos para una canción en tiempo de balada o si quieres en compás de bolero, y para ti, sólo para ti, que he titulado “No se sabe lo que se tiene....” y dice así: “Te fuiste tan ligera, tan lejana, / donde no te hallaras, / huyendo de mí, de mi malicia, / de mi mala cara. / De pronto me dije, / que no era posible, / que maldijera o maltratara / a la mujer amada. / Vuelve a mí, / que mi alma ha cambiado; / me he vuelto un hombre puro, / tan
cándido, tan seguro, / que ya ni me enfado. / Vuelve a mí, que si ayer fui desatino, / hoy te auguro un buen destino, / para que vuelvas a ser como antes, / cuando eras feliz, muy feliz. / Me creía dueño del mundo, / y con mi falso orgullo, / tan marcado, tan profundo, / como si no quisiera ver, / rechazaba en un segundo / tus reclamos de mi tonto proceder. / Y ahora lo lamento, / muy tarde me doy cuenta, / que no se sabe lo que se tiene / hasta que se pierde”.
Empero, al parecer, ya eres toda una mujer experimentada, y en esos cinco años de ausencia, viviendo en tu pueblo, conociste otros muchachos, otros que han hecho de ti una mujer más quisquillosa, más orgullosa, más exigente, más precavida, porque sabes lo que eres, sabes lo que tienes y no te serás fácil entregarte así como así, como si nada; ya entiendes el negocio de la oferta y la demanda, y demandarás al mejor postor, porque ya hoy en día las cosas tienen precios, sus valores y sabes ya cómo valorarte en grande, el romanticismo se fue “al carajo”, de modo que como yo no tengo forma de cómo competir con el mejor postor de tus demandantes me quedaré sin tus besos picolísimos, sin tus manos suaves y delicadas, sutilezas que acariciaban la armonía de mi sentir. Me quedaré sin ti, sin tu sonrisa, porque mi falta de estudios académicos, sin título universitario, mi pírrico salario de obrero de orfebrería, metido a político de izquierda, luchando por la unión de los obreros del mundo, a tiempo completo, me impide comprar tus exigencias femeninas, que son muy caras y que tanto ahora añoro. Y yo que pensé, desde que te vi nueva vez, ahí, rescotada del vano de la puerta, donde tantas veces te acaricié, que podría volver a tus menguados ojos negros.
-2005-.
Erase una vez............Cuentos.................Federico Sánchez
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El caminante de la madianoche
A mi hermano Wilson,
que tuvo una experiencia similar.
Salió de la reunión artística un poco apresurado. Preocupado. Pasaban de las diez de la noche y temía no encontrar vehículo público que lo transportara hasta su casa, en la parte alta de la ciudad. En esta década de los 60s´, Santo Domingo es un distrito que durante el día es muy bullanguero, muy comercial, estrepitoso, pero en la noche se va apagando; sus tronantes sonidos amainan considerablemente. Es un contraste la ciudad, en el día, en la noche. Y eso es producto del sistema político imperante. En la noche patrullan las calles los gendarmes, conformado por policías y milicianos castrenses. Así como la noche y el día forman su contraste de luz, de sonido, de silencio, así el gobierno y la oposición política, principalmente, la izquierda revolucionaria, tienen sus opuestos, y los gendarmes de la noche vigilan para evitar que esa oposición se ampare en la oscuridad para cometer actos revolucionarios violentos y que en las esferas del poder les llaman fechorías, terrorismos.
Cuando Rigoberto salió a la calle, después de dejar la reunión, la encontró desierta; a una cuadra de allí estaba la avenida Independencia, vía pública con flujos de vehículos que ofrecen sus servicios al transeúnte desde que amanece y los rayos solares anaranjados comienzan a aclarar el día; también estaba desolada. Esperó unos tres minutos y ni siquiera en lontananzas se veía un destello de luz, una lucesita menguante, dos faroles de ojos de gato, que le revelaran la esperanza de no tener que transitar a pies hasta su casa, a unos tres kilómetros de allí; se lamenta que la reunión se prolongara tanto; habían convocado para las siete de la noche, y supuestamente duraría menos de dos horas, pero por la tardanza de muchos de los interesados comenzó después de las ocho. A sabienda que tendría que caminar a pies, decidió esperar hasta el final de la reunión, pues no quería perderse ni un sólo detalle de la organización de uno de los eventos más importante para los músicos, cantantes y compositores dominicanos, como era el Festival de la Canción, que desde hacía varios años se realizaba anualmente, y él, Rigoberto, había escrito unas letras que las consideraba muy buenas, “una canción chulísima, mi hermano”, proclive a ganar el primer lugar, o el segundo, por su lírica, su melodía y más si la cantaba uno de los más afamados cantantes del momento, Niní Cáffaro, la voz de oro, que se había hecho famoso el año pasado con la canción “Por amor” (se han creado los hombres en la faz de la tierra, por amor hay quien haya querido regalar una estrella...), que obtuvo un primer lugar aplastante, compuesto por el músico- compositor Rafael Solano, y era el propósito de Rigo, presentársela al cantante de moda para que la cantara, y ganara de calle, que “no me cabe ninguna duda que con esta canción en voz de Niní, yo puedo dar un palo, ganarme esos chelitos que ofrecen y saltar del anonimato al salón de la fama, ya tú verás, mi hermano, cómo esta vez sí lo logro”. Al no llegar ningún vehículo de transporte público, Rigoberto pensó regresar al lugar de la reunión, la Logia Arte y Ciencia, “tal vez uno de esos músicos me dé un aventón hasta allá arriba, o hasta la avenida Duarte”, pero no siente ningún vehículo que se encienda o prenda sus luces cerca del local. Entonces decide irse a pies. A cinco cuadras del lugar estaba el monumento colonial La Puerta de El Conde, en la calle Palo Hincado con Independencia, donde llegó rápidamente; espera unos minutos, nada, nueva vez avanza, llega a la avenida Mella, muchas luces sí, pero de neones, letreros multicolores de luces polifacéticas tintineantes, circulares, intermitentes, initerrumpidas, y alcanza a ver los letreros enormes, sucesivos, a pocos metros de distancia, uno de otro, de los cines Lido y Apolo, se tranquiliza, piensa, “avanzo más rápido de lo pensado”; algunos parroquianos saliendo de los cines, después de ver la primera tanda de película, pues estos cines repiten sus películas hasta tarde de la noche; pasan algunos vehículos, pero privados, un camión lleno de jaulitas para gallinas o pollos, se acerca, le hace seña para que le dé una “Bola”, el chofer le hace seña que doblará en la esquina, para detenerse detrás del Mercado Modelo; en efecto, dobló en la esquina y va aparar precisamente donde años atrás, en la Revolución de Abril mataron accidentalmente al subcomandante de la revuelta, Oscar Santana, que una noche estaba en los alrededores de ese lugar buscando alimentos, “algo de comer para los combatientes del comando”, fue la última frase que se le oyó decir a otro compañero, al introrrogarlo para dónde iba, y más tarde un vigilante, que no lo conoció, le disparó sin preguntar, pensando que era un ladrón, muriendo en el acto. Rigo lo recuerda con tristeza, pues lo consideraba un buen compañero de lucha armada durante esa contienda civil y patriótica y nacionalista a la vez, pues también se luchó contra el soldado invasor, cuya consigna principal era “Go home yankee”. El joven compositor, ilusionado con su canción, la piensa, la tararea, emocionado; la canción tiene una melodía agradable a ritmo de balada-bolero y mentalmente la repite constantemente (“Pensé que volvía a mi lado / pensé con tus ojos derrotados; / que se habían apagados, / y la luna a tu entorno te iluminó...”); sigue caminando, llega a la calle Duarte, de vez en cuando alcanza a ver el patrullaje y lo esquiva, ora doblando una esquina antes para luego doblar en la José Martí y en la otra esquina volver a la Duarte, que es más segura, ora parándose en un negocito a ver la mercancía en exhibición a través de las vidrieras, ora deteniéndose, haciendo creer que espera un vehículo público, que nunca pasa; y todo este vía crusis por temor a que lo paren, le pidan la cédula, que no la llevaba. Sin darse cuenta, atraviesa la avenida Duarte, desde la Mella hasta la Federico Velázquez, casi 15 cuadras, pues se mantenía entretenido con su canción, tarareándola sin cesar (“Pensé que volvía a mi lado; / pensé en tu regazo deshojado; / pensé que llegabas, / y el sol iluminado, / tus rostro quemaba, / junto a mí...”); en todo el trayecto no se encontró con alguna patrulla que lo detuviera. Ya interno en las calles de su barrio, Villa María, cerca de las 11:30 de la noche, siente la felicidad infinita, es como llegar a su casa, luego de una faena laboral interminable, o cuando se va al baño a darse una ducha pomposa. Ya en la Duarte con Velázquez decide tomar esta última calle, desquitado de bulla y de miedo, hasta la José Martí para subir y/o bajar, pues es una cuesta, hasta la Máximo Grullón; alcanza a ver a algunos muchachos en la esquina, pero próximo a las puertas de sus respectivas casas, por si acaso. Les dice adiós, le vocean algún tipo de chiste improvisado y les contesta “un asunto de negocios”, le dice que tiene una canción y la estaba enseñando; sigue caminando y vuelve y la tararea mentalmente (“Y pensé que repetía, / a mi lado/ mil te quiero; / que decías, / que aún querías estar junto a mí; / y yo mi pecho te abría / y escuchabas mis latidos / sus proezas, mil sentidos / para celebrarlos junto a ti...”). Rigo, risueño, esperanazado, se adelanta y llega próximo a la calle 11, luego de haber pasado por la entrada del callejón que conduce a su casa, “no tengo sueño”, se dice, “y tengo hambre; déjame llegar al colmado de Francisco a comer algo”, toma la 11, buscando la Juana Saltitopa, de lejos se ve que el colmado de Francis ya está cerrado, “bueno”, piensa, “voy al colmado de Chichí”, que estaba al doblar de la esquina Saltitopa, pero devolviéndose en vía contraria a todo el trayecto que había recorrido desde las 10 de la noche de sur a norte, ahora tenía que hacerlo de norte a sur; vuelve a pensar en su canción, sonríe, risueño, con un rictus intistinguible (“Al fin has llegado, / mi mente se ha curado, / con tus manos entre mis manos / me encuentro hoy, / y con tus ojos. / La casa es alegría; / el espejo que ayer moría, / de pronto se ha iluminado / y en su reflejo tu rostro hoy beso yo...”); Rigo avanza con pasos entrecortados, por el cansancio de tan enorme caminata; antes de llegar a la esquina, hay una pronunciación alta, una calle empinada, con una inclinación casi de 60 grados, de modo que para subirla o para avanzar hay que esforzarse mucho, y si se corre lentamente, a paso doble, como trotando, se sube con facilidad; es una de las esquinas más famosas del barrio, para grandes y chicos; los niños y adolescentes usan los contenes, aprovechando su declive, y su curva en la misma esquina, para jugar a la “carrera de caballos”, esto es, usando palitos de fósforos o palillos de dientes o trocitos de plásticos, arrancados de los envase de productos, para convertirlos en équidos artificiales en miniaturas, y que son arrastrados por las aguas de lluvias o los desagües de las casas, aguas que van a parar a dichos contenes y los muchachos juegan locos de contentos con sus caballitos, a veces hasta hacen apuesta de centavos; y para los grandes o adultos, esa esquina es famosa porque en ella se reúnen todos los muchachos a hacer chistes, cuentos, historias inventadas y los trucos amorosos que según ellos les hacen a las enamoradas para conquistarlas y arrancarles algún tipo de placer erótico, entre otras curiosidades; a este lugar le llaman la “Esquina del diálogo y del piropo”, pues no hay mujer que pase por allí que no reciba una caterva de piropos increíbles; algunos de mala estofa o improcedente, otros poéticos, como el que le dijera mi tío José, “El Cojo”, en una ocasión, a Chicha, la más bella mulata del barrio: “Joven, una flor como usted no sale a esta hora, porque se marchita con el sol”, recibiendo una jornada de aplausos de los contertulios; era casi pleno día, o sea que el piropo vino a cuento, y la sonrisa y el regodeo plancentero de la bella dama no se hizo esperar. En esta esquina fue donde Chicha recibió los más encendidos, enardecidos e imaginarios piropos, probablemente la que más recibió de toda la comarca femenina, por
ser la más sexi, por su protuberancia, por su caminar cadencioso, por su vaivén marino al compás de sus glúteos, exuberantes, remolinos en pleamar, motivos suficientes para que Joaquín, su eterno enamorado, se alocara, perdidamente enamorado y siempre le cayera atrás cada vez que ella pasaba, tratando de convencerla de su sincero amor. Aquí fue donde Miguel “Lalá” enamoró por primera vez a la que más tarde fuera su primera esposa, Gladys, con quien tuvo dos hijas. Cuando Rigo se acercó a la “Esquina del diálogo y el piropo”, para comenzar a subir la cuesta, tomó un impulso para avanzar rápido, y a medio camino decidió acelerar el paso, corriendo a pasos dobles, y al subir la cuesta y doblar la esquina hacia el sur, en ese preciso momento, del lado contrario, venía una patrulla mixta a pies, compuesto por dos policías y un guardia del Ejército Nacional, que rápidamente reaccionaron al ver aquel hombre corriendo, quizás corriéndole a ellos al verlos, quizás corriendo de alguien que venía siguiéndolo; lo cierto fue que le vocearon un ”alto ahí o disparamos”, con timidez y autoridad a un tiempo. Rigo se sorprendió, le da el frente y le interroga que “qué pasó”, “eso le decimos nosotros a usted, por qué corre”. “Yo no corro, sólo subía la lomita rápido, pero no los había visto”. Después de ponerlo de espalda contra la pared, lo registraron, comenazaron las acusaciones verbales, ”éste debe ser un cabeza caliente de la universidad”, y él, “yo no soy estudiante, soy carnicero y vengo de una reunión de artistas y cantantes que teníamos allá bajo, en Ciudad Nueva, yo tengo mi negocito de carne cerca de aquí, ahí en la José Marti”, y ellos, “no será uno de esos ladrones nocturnos que van a los barrios ajenos a robar”..y él, “no señor, mire yo vivo en aquel callejón, que se va para mi casa, que está cerca de la José Martí, y por ahí se entra hasta llegar allá, yo sólo voy para el colmado a comer algo”. Pero la patrulla no entraba en cuento, deciden conducirlo hasta el cuartel más cercano, a unas ocho cuadras de allí, ubicado en el Mejoramiento Social, cerca de la iglesia María Auxiliadora, donde comienza o termina Villa María. “Vamos, camine, acompáñenos, allí veremos si dice la verdad”. Después de avanzar unos diez o doce minutos, casi llegando, la patrulla se detiene, apartan a su presa, llegan a un acuerdo entre ellos, lo llaman, “hemos decidido dejarte libre, pero tiene que darnos algo, porque nosotros tampoco hemos cenado”, y él, “Bueno yo sólo tengo 30 centavos, iba gastar 10 ó 15 en el colmado, y el resto iba a guardarlo para usarlo temprano en el acarreo de la carne que traigo del mercado Villa Consuelo hasta mi carnicería.” “Bueno”, dice uno de ellos, “pues vengan esos 30 centavos y vete para tu casa”, y él, tratando de ser gracioso, “no, cojan 20, que con 10 yo ceno y mañana por la mañana yo consigo con la vieja, que yo sé donde esconde sus chelitos y sé que tiene porque ayer el viejo estaba borracho y ella aprovecha la ocasión para quitárselos y como él no se da cuenta, por su borrachera, al otro día ni se acuerda y ni sabe cómo los gastó y la vieja, entonces, los guarda para un caso de necesidad”. Rigo entrega los 20 centavos y dirige sus pasos hacia su hogar, en el camino va silbando su canción romántica; piensa que tal vez este hecho le traiga buena suerte, y sigue tarareando, pero esta vez en voz alta y a capela “Y tu llegada fue ese día / que celebramos con decoro, / con terneza, mil te adoro / para eternizarnos los dos, / con nuestro amor...”
Erase una vez……......Cuentos…..........Federico Sánchez
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Cinco disparos en la oscuridad
Introito:
El día que amanecieron tirados en los matorrales, el cielo se tornó oscuro. Se había cubierto de una estela neblinosa y gris. Gris-oscura como los amaneceres de noches largas. Eran tiempos nublados. Pesarosos. Pasaba ya de la media noche. Ellos regresaban del velatorio de un compañero, socio del “Club Cultural y Deportivo Héctor J. Díaz”, ubicado en la parte central del barrio 27 de Febrero, marginal antro habitacional del norte de la ciudad capital. En realidad salieron del mortuorio, con el propósito, aún sin confesárselos a los demás compañeros, de colocar propaganda de protesta por la muerte del amigo. Apenas sumidos en el miedo, la rabia y la valentía, habían decidido comenzar con esta actividad de reclamo. El día se había hecho largo y pesado. La tristeza embargaba a todos los residentes del entorno. El fenecido, víctima de la represión política estatal, era alto dirigente de la institución cultural-deportiva y a la vez muy querido por todos. Era velado en la funeraria “La Bendita”, en la calle 17, próximo a la calle 16 del mismo sector. Corrían los subsiguientes visos de gritos de libertad después de la muerte del dictador Trujillo. La época se tornaba confusa. La juventud elevaba sus visos y sus gritos libertarios atados a fórmulas ideológicas a veces sanas, llenas de insignias y símbolos patrios e internacionales, a veces perturbadoras del statu quo, estatuyendo adeptos hacia sus causas y a la vez convirtiéndose en desafectos del oficialismo, y otras veces ininteligibles para la mayoría de la población que no entendía las alharacas que proclamaban, como única salida “victoriosa” para
lograr la independencia plena. Y en ese sentido, la represión del momento era el tema del día. La política estatal y los reclamos populares de libertad y derechos ciudadanos y de libre expresión y difusión del pensamiento estaban en un eterno pugilato. Las diferencias eran arregladas no en cuartos o aposentos cubiertos de cortinas y alfombras del oriente lejano, sino en enfrentamientos callejeros. La prensa diaria no daba abasto en sus páginas informativas y editoriales de tantos problemas sociales que acontecían en el día a día. Los clubes culturales y deportivos, envueltos en sus tareas recreativas, estaban tan politizados, para disgusto del gobierno, que se habían convertido en una expresión de células, extensivas, de los partidos de oposición, principalmente de la izquierda apodada marxista-leninista-estalinista, y la no estalinista, pero leninista-maoísta, de tendencia china, y la centro moderada, la socialdemocracia, expresiones todas de las prácticas sociales de los hombres politizados. Todo era tenso. Confuso. La “Guerra Fría” en pie de lucha ideológica por los que controlan el poder. No se salía de una crisis política. Los estudiantes contestatarios del sector público, tanto secundarios como universitarios, subsumidos de entusiasmo y fanatismo ideales, jugaban un rol determinante en la denuncia y la lucha de esos reclamos libertarios. Joaquín, la víctima de marra, asido a una conducta ejemplar de solidaridad y apoyo a los demás necesitados y marginados de la barriada, principalmente los que habitaban en la parte marginal del río Ozama, próximo a lo que posteriormente ocuparía la avenida Francisco del Rosario Sánchez; le había tocado el turno de alcanzar la gloria eterna con su martirologio. Fue un incansable, insoslayable luchador en las reinvindicaciones sociales de su barrio. Alrededor de las cuatro de la tarde habían llevado su cadáver a la funeraria, luego de la autopsia del especialista y después de haber pasado muchas horas en la morgue del hospital Luis E. Aybar, sito en los alrededores de la iglesia María Auxiliadora, del mismo epónimo sector residencial. El fenecido había sido victimado el día anterior, mientras les disparaban a los estudiantes para dispersarlos en una movilización callejera, que se hacía a veces tránsfuga, a veces voraginosa, enarbolando a gritos enfurecidos “Ni un paso atrás con la revolución”...”Mayor presupuesto para la universidad”, entre otras frases de conquista social. Joaquín fue alcanzado por una “bala perdida” salida del revólver de un miembro de un grupo de facinerosos y parapolicial denominado “La Banda Colorá”, compuestos por mozarbetes desempleados, familiares de militares, vigentes o retirados, o deshauciados de la milicia castrense, que impartía “justicia” con sus propias normas contra la población juvenil protestataria, principalmente con tendencia política revolucionaria de izquierda. En el transcurso del día, y mientras se hacían los preparativos para el velatorio, cinco clubistas, en la flor de su juventud, compañeros en la lucha política y del ajetreo de la vida diaria barrial, aprehensivos en sus ideales y con un nivel intelectivo apasionado o muy emotivo, como era característica de la época, un tanto romántica, un tanto revolucionaria, decidieron hacer una venganza sin igual, especie de protesta-reclamo por el vil asesinato de Joaquín. La principal idea que sedujo a los cinco jóvenes fue hacer grafites en todas las paredes de las bocacalles que existían en el barrio, con literatura de condena a la “Banda Colorá” y al gobierno de turno, que pretendía perpetuarse en el poder, siguiendo los designios del otrora malogrado dictador Trujillo, quien gobernó dictatorialmente durante 31 años, dejando una clase dirigencial con parecido pensamiento, gobernando el país en los niveles del poder político y económico. En esa propaganda se exigiría una aclaración de inmediata por parte de las autoridades, que protegían a la vez a los paramilitares, siendo su mentor y guía, según las “malas lenguas”, el recién nombrado Jefe de la Policía Nacional. Pero los jóvenes “revoltosos”, protestantes, eligieron el camino equivocado. La hora que dicidieron para hacer su propaganda de protesta fue cerca de la media noche, que en realidad era la mejor,
porque en el día, los “calieses” del barrio los verían, y darían partes a los de la “Banda Colorá”. Lo que no se imagibaban era que en la noche actúa, con sigilo y extremadamente celosa precaución, la susodicha banda represiva, amparada por la oscuridad, y el apoyo petrificado en las altas esferas del poder, lo que les permite ocultar su rostro que precisamente ese día eligieron ese barrio para hacer sus rondas y chequear los acontecimientos nocturnos que ocurrirían al entorno del velatorio. Juan, Pedro, Miguel, Modesto y Rafael, nunca se imaginaron que esa noche los perseguirían, impertérritos, “Los Vigilantes” del órden jurídico.
Un antes con un después:
Juan:
A pesar de su semblante joven, de niño mimado, ya pasaba de los 20 años; alegre y bonachón a la vez; en el Club se había destacado en el área de volibol y sus saltos, saques y rebotes de bola eran dignos de admiración. Desde los ocho años Juanchi había llegado al barrio, cuyos padres venían de los campos de San Francisco de Macorís, ciudad fértil y a la vez de pruritos revolucionarios, al norte de la isla de Santo Domingo; creó su liderazgo juvenil basado en la solidaridad, tanto de sus compañeros de la misma calle en que se crió, como con los demás miembros del Club; hasta ese día ocupaba el Secretariado de Deportes Masculinos de la entidad cultural. Activo y diligente, siempre animaba a los integrantes del equipo de volibol en cada jornada competitiva intra y extra Club; tenía una novia, Josefina, que lucía muy romántica y risueña cuando estaban juntos; de haberse casados sus hijos hubieran sido excelentes atletas, pues ella también era alta y corporalmente llena, aunque elegante, dentro de su robustez. Juan jamás pensó que su felicidad con ella estaría truncada al borde de la oscuridad. Un zarpazo a tiro de garrote, ágil, voraz, como un disparo en la oscuridad, le cercenó la noche.
Y dice la novia:
Mire, cuando lo conocí, ahí mismo haciendo y deshaciendo jugadas, llevándose los aplausos de la fanaticada del barrio, envuelto en una sublime algarabía, ahí mismo supe de inmediato que sería para mí, y así fue, lo perseguí, lo até a mis sentimientos y mis encantos, lo atraje hacia mí como imán, deseándolo como la levadura necesita al pan; ay, pero ya no es posible pensar en eso; cuánto dolor se siente cuando se ausenta lo que más una quiere; mire usted, siento un vacío aquí, en el alma; Juanchi era para mí lo que para el Club era, uno de sus líderes deportivos; pero total la desgracia nos acecha en una asechanza precoz y nos destruye, nos sumerge en un vacío insondable, interminable, hasta exprimirnos, y ya no es posible pensar en la esperanza. Usted no se imagina los días felices que nosotros pasamos, en su casa, en la mía, en el Club, y hasta en el cine; habíamos hechos planes para el futuro, sabe; cuando íbamos a la universi, en la guagua de la UASD, en el camino me decía: “tú ves esa casa, así vamos a tener una”, y si veíamos unos muebles en alguna tienda también nos veíamos sentados en ellos; claro que para cuando termináramos los estudios; pero una cosa son los sueños y otra la realidad, porque quién diría que esos dulces sueños que tuvimos, en una noche oscura y borrascosa se iban a convertir en una pesadilla, pero tan real como los rayos de fuegos que nos llegan desde el cielo en los tiempos de lluvia. El verano ya es poca cosa, con sus huracanes y sus tormentas de aguaceros, o los vientos levantando polvaredas, comparados con las ráfagas voraces de esos bandoleros que nos acosan todas las noches.
Se dice de Pedro, que:
era el revolucionario del barrio, militante de izquierda, asimilado con mucho ardor y regia militancia al Comando Revolucionario Camilo Torres -CORECATO-; sus ideales, más que patrióticos, con una consistencia universal, planetaria, se elevaban por encima del chauvinismo nacionalista, alcanzando conceptos como la liberación o libertad, descolonización y, a un tiempo, desalienación humana, libre de la tutela extranjera, pero también desatados de los lazos de opresión de los gobernantes internos. Peter, mascullado por el dolor, fue quien ideó la actividad nocturna de protesta para que al día siguiente, durante el paso del mortuorio, la marcha funeral, camino al cementerio de la Máximo Gómez, fueran viendo, todos los dolientes y participantes amigos y relacionados, todos los grafites a todo lo largo y ancho de la avenida 17 y calle 20, que conducen directamente al Campo Santo. Pedro, enjusto, esquelético, alto, la mirada siempre altiva y valiente, de “pecho encendío”, plano como las mesetas africanas, espaldas amplias de anchuroso mar, estudiante de sociología de la Universidad Autónoma de Santo Domingo -UASD-, era un “teórico” político; todas las actividades del Club, artísticas, deportivas, las arrastraba hacia la política; esto es, trataba de que tuvieran un contenido que permitiera crear conciencia revolucionaria en los asistentes, sobre la grave, terrible situación que padecía el pueblo en ese momento de “opresión económica, represión política y alienación cultural”, como solía decir, arrogante y lleno de esperanza en “un futuro nuevo como lo pronosticara el Che Guevara”, pensaba, “y lo emulara el padre revolucionario Camilo Torres”, ya caídos en las lomas centro y suramericanas. Peter llegó al barrio en los inicios en que se configuraba como sector residencial, aún siendo una pradera rocosa y entornada por cañadas estrechas y barracones sinuosos que en tiempos de lluvias se llenaban de aguas amarillentas y basuras de matorrales caídos, ya secos, ya putrefactos, cuyas aguas turbias, lodazadas, rielaban y avanzaban hacia el río Ozama, mordiéndiolo con sus petrificadas aguas negras, llevando consigo una carga de miseria marginal, empostrada de rancheríos; él llegó traído por sus padres cuando apenas se estaban haciendo las demarcaciones de solares, hechas por una suerte de invasiones de campesinos sin tierra, inmigrantes de campestres zonas baldías que redean la ciudad, aunque sus padres procedían del Este del país, fugitivos del hambre que asolaba sus comarcas montaraces; desde muy temprano se inclinó a la política, influenciado por los movimientos estudiantiles que abarrotaron los recintos escolares públicos en los años 60’s, época de explosión social y de desencuentro, de martirio y martirologio, de esperanza e incertidumbre. Ese día, el día del funeral, estaba entrando en los 21 años, imaginando una estrella en la frente y un lápiz en la mano para escribir y describir el futuro; su idea del grafite como mecanismo de protesta clandestina era genial, pero se equivocó de día y de “Era”; quizás de haberlo imaginado hubiera decidido enfrentarse a los calieses del barrio que vigilan a la luz del sol; pues la noche está reservada para las diversas asonadas y para poder disimular un disparo en la oscuridad, impune a veces.
Y dice un primo:
Todos en la familia, aunque lo queríamos, le peleábamos, porque siempre estaba en política, con el peligro que corre uno hoy en día cuando se está en política si no se comulga con los designios del poder, del oficialismo; siempre lo alentábamos, eso sí, a que se mantuviera en los estudios, que no los dejara, que se graduara, porque algunos políticos que son estudiantes se apasionan y hasta dejan los estudios y se van a la clandestinidad a luchar en una lucha desigual y desquisiadora contra el gobierno, pero eso sí siempre estudiaba, siempre estaba con un libro de política en la mano, o debajo del sobaco, con un libro de economía, de sociología, de filosofía, siempre mencionaba a un tal Carlos Marx, a Lenín, al sacerdote Camilo, incluso a un tal Antonio Gramsci que no sé de dónde procedía, pero decía que era un intelectual que había hechos propuestas culturales revolucionarias y Peter quería que en el Club las conocieran, porque dizque elevaba el espíritu de lucha Humanitaria; ponía por encima de todo al ser humano de una forma igual para todos en el disfrute de la cultura, una cultura integrada, sin división de clases sociales, pero lo que más nos gustaba de mi primo era su pasión por ayudar a los demás compañeros, incluso a los muchachos del barrio que no eran del Club y los estimulaba a que se acercaran, que se cultivaran, que enriquecieran su espíritu, su acervo cultural, que en la cultura, y en el deporte como parte de la cultura, en los estudios era que estaba el futuro del hombre, que el que no estudiaba sería un hombre muerto, sin savia, sin proyectos, sin esperanza, y entre otras cosas ofrecía charlas y traía charlistas de su partido y otros partidos parecidos para orientar a los contertulios en las lides culturales ligadas a la política, ésta como una disciplina o un arte que si se intentaba ligar a la filosofía humanista podría ser una herramienta para educar y liberar al hombre del oprobio y la barbarie; ¡ay!, pero la noche es muy traicionera, le jugó una mala jugada; traicioneras son las noches en mi país; quién lo diría, que un disparo en la oscuridad nos lo llevaría tan lejos, que en el cielo debe estar, porque el que lucha por el bienestar de los demás, aunque no sea religioso, en el cielo debe estar.
Y Miguel era:
un chico rudo, amable pero no displicente, atleta, karatezca forjado en el barrio mismo, sin academia de fisicultura, pero voluntarioso para el ejercicio físico. Le gustaba hacer muestra de exhibicionismo de su musculatura morenil y, como contraparte, era muy hablador, pues siempre tenía algo que decir, preferiblemente de otros atletas, como Charles Atlas y otras linduras parecidas. Siendo campeón de karate en el barrio, seleccionado como representante del Club para la competencia interclubístico del Distrito Nacional, los denominados “juegos intramuros”, pocos meses antes de su desgracia, Guelo obtuvo medalla de plata, convertido en un éxito para una entidad encharcada en uno de los barrios más pobres y marginales que bordeaban la ciudad capital. Con sus 18 abriles, siendo ya bachiller, se “creía dueño del universo” con miras hacia el mundo deportivo nacional. Su tamaño, por encima del promedio nativo, y su contextura física, llena de montículos musculosos, altiva, confirmaban que era posible. De nada le valió que esa noche trágica intentara volar con sus atléticas piernas en busca de una pared para elevarse por encima o de alcanzar, en esa extrema nocturnidad, un escondrijo en los callejones, tan elejados, y más aún estrechos y maltrechos como estaban. Un disparo en la oscuridad le hubiera cercenado la ilusión de inmediato al primer intento de alzada.
Y dice la madre:
Era muy sano, muy afectuoso, lo más chulo, muy cariñoso conmigo y sus hermanos; aunque siempre se mantenía en actividades, en el Club, en las calles, pero era muy hogareño; ¡ay!, recuerdo que cuando chico se metía ahí, a la cocina y se devoraba hasta cuatro panes junticos, los abría y los llenaba de tomaticos Barceló, que los partía redonditos, en rodajas finas y les echaba cebolla blanca y aceite verde y un poco de queso; era un pleito constante porque a veces no les dejaba a los demás, y mire usted lo que le ha pasado, por ser tan solidario con otros; pero no hay mal que no se pague aquí en la tierra, ni remedio que lo arregle todo. Si Dios es grande tiene que hacer justicia; este gobierno no puede quedarse con las manos cruzadas como tanta otras veces; este crimen no puede quedar impune no, no, algo hay
que hacer; la juventud la están acabando, este país será un país de viejos y de niños porque la juventud la están matando a plazo.
Qué de Modesto:
“El poeta encantado”, le decían, en forma de chanza, y como una manera de expresión de afectos, cariños y consideración o admiración a su persona en sus esfuerzos por ser un joven intelectual; pertenecía al Grupo de Poesía Coreada del Club y algunas de sus composiciones poéticas sus compañeros las habían montado con entusiasmo; solía ser frugal en sus gestos y ademanes pero varoniles a la vez; sabía declamar bastante bien, cosa rara en los poetas, que a veces ni siquiera tienen voz engolada ni ritmo musical para entonar la voz y convertirla en una herramienta orquestal. Mody jugaba con la voz, melodiosa, atinada; en cada expresión se escuchaba la pasión y el sentimiento de cada vocablo, de cada frase, haciendo un goljeo, a veces, para alargar o dar a entender su verdadero sentir, creando matices diversos según sus significados. Ni muy oscura ni muy blanca, su piel era lo que se dice claro-indio, de pelo rizado, ensortijado, y en los tiempos de la moda de la famosa “pollina”, que era una especie de nudos o bucles de cabello sobre la frente, que sólo era posible hacerlo con pelo “bueno”, lacio, se enrolaba la punta delantera de sus cabellos para fomar su “pollina”, hermoseándose; usaba vaselina, tratando de insertarse a la vieja moda que a la usanza se utilizaba cuando llegó la vaselina Coral, procurando imitar los personajes famosos, o principales, de esa vieja moda que la usaban a principio y mediado de los 60’s y que como ciclo repetitivo, renacía de nuevo, renovada, reciclada desde los tiempos de Elvis Presley. Mody era delgado pero alto y elegante, rostro compungido siempre, pero con una frase poética en los labios que se la lanzaba, siempre, a las féminas más atractivas del barrio. Asiduamente se le veía leyendo o escribiendo poesía, y “Rimas y Leyendas”, de Bécquer, era su libro preferido, y aquel verso, “cuándo volverán las oscuras golondrinas”, la revertía para decir “Cuándo se irán los oscuros malandrines”, refiriéndose a los fantoches paramilitares que estaban aterrorizando a los barrios “calientes” de Santo Domingo, con los que se encontraría más adelante, presagio de una oscura e inminente desgracia, y que, como golondrina y poeta soñador, él también se perdería en vuelo con un disparo en la oscuridad de una noche tibia, inmisericorde.
Y dice su hermano:
Míreme como estoy, deshecho, aplastado, no hay consolación que valga, ni poesía que pueda denunciar tanta iniquidad ni que resista tanta maldad, tanta alevosía; era mi único hermano, con quien jugaba, con quien peleaba, o estudiaba, aunque últimamente nos veíamos poco, usted sabe, las actividades lo alejaron un poco; siempre estaba en algo; no me lo imagino así, ahí, en un lecho de flores, hecho jirones, tirado en ese ataúd como si la vida fuera un soplo divino y ¡zah! se la lleva, se va, y la muerte un contra soplo que surge y se avienta cuando quiere; parecería cosa del diablo; sólo el diablo podría cometer una atrocidad así, amparado en la oscuridad para cometer mil diabluras.
Qué de Rafael:
Rafy era experto en baile folclórico, cadencioso cuando bailaba merengue, típico o moderno, y salsa, principalmente la de Jhonny Pacheco y Rafhy Leavitt, de ahí que le pusieran Rafy, que no fue sólo por su nombre, sino porque le gustaba mucho ese salsero. De
gestos delicados producto de su ritmo corporal y su jadeo musical, pero firme en sus propósitos de dirigir y enseñar a los muchachos miembros del Grupo de Baile Folclórico del Club. A pesar de sus inclinaciones de bailarín era un macho cabrío. Respetado por su dedicación, seriedad y su convivencia pacífica, sin conflicto con los contertulianos clubísticos. Había creado un grupo de bailadores, musculinos-femeninos, excelentes, digno de admiración, llevándose una jornada de aplausos, dentro y fuera del barrio, en cada presentación. Su cuerpo curvilíneo, pero musical y a un tiempo fuerte, hecho y rehecho para el baile, no le impedía dedicarse a la política, y mucho menos con ideas radicales, revolucionarias, aunque no de izquierda, pues sinpatizaba por el Partido Revolucionario Dominicano, y toda su familia también. Su color oscuro, como la mayoría del barrio le ocultaba cierta apariencia feminoide, no por que lo fuera, sino por su costumbre de bailar, con gestos y ademanes delicados, suaves, imprecisos a veces, pero al mismo tiempo lograba además tener una pose que se adecuara más a lo masculino y usaba ropa de estilo moderno, pantalón jeans o de seda, de ruedos acampanados, como los cowboys norteamericanos, que dejaron la moda a raíz de su intervención en la “Guera de Abril del 65”, no a través de los mismos soldados, sino de la influencia de los medios de comunicación con programas especiales enlatados con películas contry (al igual que otras que ya se habían impuesto como productos enlatados televisivos, tales como Bonanza, El Gran Chaparral, El Teatro de Sam Gray o las Aventuras del Oeste...), o sea, de la cultura Country y el “folklor” yanquis; también usaba camisa o polocher liso, sin ramos o colores múltiples o sicodélicos (como era la moda de entonces). No era un militante acérrimo, y, sin quizás, le temía al terror represivo y a la vez al “qué dirán” de los compañeros comprometidos con la causa revolucionaria, dilema que trataba de superar con cada presentación artística bailable; pero al ser bailarín no ocultaba simpatía hacia la política, como las mayorías de los clubes de la época, que eran antros partidistas, muchas células políticas de casi todos los partidos y movimientos contrarios al gobierno de turno y que eran desafectos declarados de éste. Esa noche no pudo demostrar qué tan ágiles eran sus pies, sus piernas tan atléticas y volátiles, como palomas volanderas de las palmas barriales y como los eran para el baile; sus piernas se entumecieron, se petrificaron del miedo, quizás o de la valentía, tal vez; lo cierto es que no pudo correr, pues la noche estaba muy oscura y metía miedo. Un disparo en la oscuridad era suficiente para detenerle el paso.
Y dice una amiga:
Era mi amigo más querido, lo que se dice un amigo de verdad, siempre atento, siempre contento y solidario con todo el mundo; y tan bien que bailaba nuestro ritmo, nuestra música, moviendo los pies y la cintura como ningún otro, y sus movimientos eran tan graciosos y precisos; me enseñó, sabe, a bailar con elegancia, con cadencia llevando el ritmo al compás del tiempo musical; a veces, después de un ensayo del Grupo de Baile Folclórico yo me lo llevaba para mi casa, de tarde, y nos poníamos a practicar y hasta nos burlábamos de cómo bailaba fulanito o sutanito y los imitaba, sabe usted, a la perfección, como si fueran ellos mismos; y me decía “mira tiene que ser así, con este giro y este movimiento”. Ah, cómo gozábamos; después hacíamos una espaguetada riquísima, y Mamá “se van a poner gordos y no podrán bailar, ja, ja, ja”, eso era una risa del diache y reíamos con ganas.!Oh Dios, no puede ser!, ¿hasta dónde vamos a llegar, y ahora quién me va a acompañar para ir a la universi; por qué me quitaron su compañía, por qué, si apenas comensaba su vida?..., una vida llena de esperamza, tronchada así no más, por las garras del destino, un destino que hay que cambiar, detener, sí, que hay que detener, pues nos está matando la noche.
Sobre Los Vigilantes:
V-1
Abandonado por su padre antes de nacer, tenía la mirada de lagartija acorralada, a la espectativa del salto mortal; a sus 28 años presumía de haber ganado todas las peleas callejeras en el barrio Villa María, donde terminó de crecer, aledaño al Liceo Secundario Juan Pablo Duarte, ubicado en la misma avenida epónima. Moreno, alto y corpulento, andaba en mangas de camisa para mostrar sus esfuerzos gimnásticos. Había sido “enganchado” a la milicia cuando tenía 18 años, pero deshausiado, tres años después, luego que le disparara a un adolescente que había mirado a su chica, de soslayo, con quien él andaba. Era un contador de cuentos inventados, casi siempre alabando su persona, en donde se convertía en protagonista de sus hazañas, ya sean aventuras sencillas y sin claros visos de maldad o de aventuras agresivas, como pleitos callejeros, atracos simulados, entre otras inventivas llenas de nimiedades. Ese día, tan funesto y funerario para la nación, en que tuvo una participación muy destacada arreciando los tiros de gracias finales, había soñado que montaba un burro como los que tiene su abuelo, en un campo del sur del país, donde nació y se crió hasta los 10 años; el jumento le había dado una patada en el trasero a un parroquiano que se había colocado inocentemente detrás; pero V-1 no sintió dolencia ni apenas, y espueló al burro para que se alejara de allí, dejando tras de sí a un pobre anciano destartalado, tirado en el camino despavimentado; luego de emprender la carrera, en ese sueño, despertó de inmediato. En ese sitio, el del sueño, que era el campo donde nació, un tío suyo, a edad temprana, lo acogió, se lo llevó y alojó en su casa en el susodicho barrio. Al crecer, envuelto en un tigueraje capitalino, entre juegos, chanzas y pleitos aprendió a tirar los puños; se especializó en doblarles los brazos a los detenidos, colocárselos contra la espalda y agarrarlos por el cuello casi hasta ahorcarlos.
V-3
Pensaba que la vida era una sola y había que aprovecharla; por lo tanto obedecía órdenes de sus superiores como fórmula de aumentar sus créditos policiales y a la vez los incentivos monetarios que recibía por cada jornada “antiterrorista” que realizaba, con lo cual poder alimentar bien a su familia y darle una vida mejor. Siendo Cabo de la policía, asignado por destino de Dios a salvaguardar o vigilar a los parapoliciales, tuvo que ingeniársela para ocultar sus verdaderas actividades frente a la sociedad civil, y hasta de su propia familia para que no le pusieran el sambenito de “Bandolero” (como se les decía a los miembros de la “Banda Colorá”). Siendo padre y marío ya, no le remordía la conciencia de los desafueros que cometía después de la media noche.
V-5
De tez clara, capitaleño villafranciscano, de niño, al amparo de sombras de árboles gigantes, solía jugar bolitas (canicas) en pantalones cortos y franelas desmangadas, a veces descalzo. Tenía la
virtud de la puntería perfecta; cada vez que decía “por aquí va mi Bon culebrón” (refiriéndose a una bola más grande que las demás y que servía para tirarle a las otras bolas o al Bon del contrario), sacaba más de la mitad de las canicas que estaban dentro del círculo o “Ron”, dibujado en la tierra con carbón de madera o piedra caliza. Así aprendió a tener puntería para todo, para los lagartos, tirándoles cascaritas de naranjas, usadas como flechas, siendo una goma doble, cerrada, su arco, o lanzaba piedras con un “Tira piedras”, hecho de una horquetilla de una rama de un árbol, a la que se le adhería dos gomas y una base (como catapulta primitiva) para tirarle a las aves de los montes o en los solares inmensos de los barrios altos de la capital. También usaba su puntería con los puños, en reyertas callejeras, amoratando el rostro del contricante, en pugilatos que surgían por contradicciones en los juegos de pelotas o las canicas; después se hizo boxeador, siempre ganando, hasta que un contricante le rompió una quijada con un upercú izquierdo. A los 21 años entró a la “Banda...”, y fueron famosos sus puñetazos y patadas que soltaba en plena cara a los “alteradores de la paz social”. La media noche era su hora preferida para descagar todas sus frustraciones y sus emociones violentas.
Durante:
Eran todavía las siete de la noche; el mortuorio hecho a Joaquín estaba lleno de gente; de todas partes, del barrio y sus barrios aledaños (Gualey, Guachupita, Ensanche Espaillat) y de dirigentes clubísticos nacionales y políticos “revolucionarios”, “una guarida de malhechores” diría un coronel de la policía. Modesto y Miguel habían convenido informar a Juan, Rafael y Pedro, a una señal de éste, para iniciar la salida, sobreavisando a los demás con un guiño del ojo izquierdo; la hora exacta de salida tendría que ser cerca de media noche, que las calles están desoladas, los habitantes dormitan su primer sueño, o se encuentran en la tranquilidad de sus dormitorios arreglándose. ¿Crees que es conveniente hacerlo esta noche?, murmura Miguel; Pedro asiente, presto, pero disimuladamente, con la cabeza, en giro lento y pausado de arriba a bajo; el murmullo silente arropa todo el salón principal donde velan el cadáver de Joaquín, envuelto en ropas limpias y algodones en los orificios de la nariz y un lienzo blanco, manchado, alrededor de la cabeza, cubriendo una herida mortal; una mortaja, albolada, le cubre de la cintura hasta los pies, incluso. El salón se veía un tanto lúgubre, aterrador, pero interrumpido por sonidos de sollozos intermintentes de los dolidos y los amigos; y de sonidos sibilantes que provenían de las habitaciones adyacentes, de toda la estructura de concreto armado, o sea la funeraria completa; se escuchaba más que un silencio sepulcral, un murmullo apagado, intermitente, creciente a veces, in crescendo, como una sirena que llega, se aleja y muere lejana; existía la indolencia y a la vez la intolerancia de resistirse a creer que Joaquín estaba muerto, “pero anoche mismo me estaba hablando de que le iba bien en su carrera en la universi y que estaba estudiando mucho porque tenía un examen de sociología, que le estaba cogiendo amor y voluntad a sus estudios, y su deseo era seguir...”, espetaba una prima, y la madre que “ ´no te preocupes mamá que cuando me gradúe y comience a trabajar como todo un ejecutivo te voy a sacar de la pobreza´, me decía hace poco, ay, fueron sus últimas palabras de esperanza, y mira ahora, una vida manchada, un
futuro que no llegará, gracia a la maldita política, que no es política na’, es violencia, es asesinato, vil asesinato”; los sollozos continuaban; gentes venían, se iban; otros llegaban y daban su condolencia, compungidos, “pobrecito, tan aplicado que era, y mire usted, doña, se lo han llevado a destiempo”; se arrinconaban, abrazaban a la madre, “mi condolencia, pero resignación, que sólo el señor sabe por qué suceden las cosas”; el salón no tenía la capacidad espacial para tantos contertulios clubísticos y decenas de vecinos.
Pasaba el tiempo, velado por la nocturnidad, los cofrades de la media noche se desesperaban, ya querían salir a su actividad de protesta clandestina, “quiero salir de eso ya, me estoy poniendo nervioso”; “calma Rafael, casi nos vamos”, éste es Miguel, tratando de ocultar su propio temor; de pronto, Pedro hace la señal, salen delante Juan y Rafael, con lentitud aprehensiva para no levantar sospechas; les siguen los otros; ya en medio de la calle, la noche se cierra en la oscuridad, algunos postes de luz apenas tenían alumbrados eléctricos y sus bombillas reflejaban una luz tenue, de poca proyección lumínica; en el camino recogen los materiales de propaganda envueltos en papel periódico, y que habían dejado donde una tía de Pedro, sin que ésta imaginara, levantara sospechas, quizás por la forma disimulada y despreocupada con que Pedro lo hizo, “no hay mejor forma para esconder una cosa que expondiéndolo a todo”, pensó, en el momento de guardarlo.
En el punto de reunión, la esquina formada por las calles 12 y 17, inician su labor. Rápido y veloz como Spedy González, o El Corre Camino, el chorro de pintura salió bruscamente del frasco del esprey, estampándose en la pared, como por arte de magia o acto de birlibirloque, las palabras claves, un tanto apretadas; el grafite denotaba temblor en las letras, reflejándose el miedo del momento o quizás la valentía apresurada; hecha estaba la primera proclama contra el gobierno condenando el asesinato de su compañero clubístico , “Demandamos aclaración muerte de Joaquín”. La noche lucía desierta; ni un alma en la calle. A lo lejos ojos avizores se entreabrían y cerraban en titiritantes presagios. Eran los vigilantes, que mezclados en la multitud del velatorio y por un instinto sospechozo o tal vez por la práctica de la pesquisa, a una señal del comandante, decidieron seguir a los cinco amigos, y que luego echarían en el pozo de la miseria sepulcral o más bien los dejarían en un charco de sangre. Miguel, sospechoso y suspicaz, vio brillar el destello de esos ojos, halos albos, grises, inmisericordes, estatuarios; astuto y vivaz, ordenó el desplazamieno hacia la esquina de la calle siguiente, a fin de evadir a esos ojos de inminencia cadavérica, previendo, en caso de que fueran propiedad de uno de los vigilantes. Poco a poco iban llenando las paredes de cada esquina con eslóganes antigubernamental y de protestas por tan vil asesinato, “Abajo la represión estudiantil”.. “Ni un paso atrás con la revolución”....“Fuera ya la Banda Colorá”....De pronto, en un santiamén y sorpresivamente un cerco parapolicial se produce. Siete hombres armados, atropellantes, voraces, se tiran de una comioneta gris, de cama ancha, techada y profunda; acorralan a los amigos. Estos hacen intento de huir, pero no es posible, un llamado de alerta los detiene, “si huyen los matamos aquí mismo”, dice una voz gutural, despacifista, que surge de uno de los “Vigilantes de la noche”, como últimamente se les solía llamar; “quietos o les parto el pescuezo”, dice otra voz, atronadora y feroz; “suban a la
camioneta o no respondo de mí”, espeta otra voz, sin misericordia y un tanto parsimoniosa. Los muchachos deciden subir al vehículo. Son empujados. Ultrajados. Se agolpan y se golpean con el extremo superior de la entrada. Una frente se hincha, otra sangra. Una mano surge amoratada, un brazo desquiciado. Se apiñan hacia el fondo de la camioneta. Subsumidos. Las bocas de las armas, varias pistolas y una brillosa metralleta Cristóbal recortada, amenazan; sus cercanías con el pecho, la cabeza o la espalda de los aterrados jóvenes es suficiente para infundir temor. Aquietarse. Amilanarse. Y el temor interno asoma en cada uno de los amigos; sus pensamientos vuelan, se van a sus casas, al barrio, al funeral, al compañero caído a destiempo, al que posiblemente irán a acompañar precisamente hoy, esa noche a pocas horas de su partida, su caída. “Esto no puede estar sucediéndome, no puede ser real, ¡ay!, qué pensará mamá”, ese es Pedro, absorto en su pensamiento, con una mente ágil, clarivindente, con un corazón que se acelera cada vez más, un tum, tum, tum, tum ininterrumpido; “a dónde nos llevan estos malditos bandoleros, si el cuartel de la policía está del otro lado”, especula Rafael, con temblor en los labios, secos, ya cuarteados; “que un rayo me parta si estos calieses no piensan eliminarnos por ahí, cualquiera se les avalanza y les quita las armas aunque en el intento perdamos la vida, total como quiera la vamos a perder”, ahora es Modesto, que en sus desesperación divaga que hay que jugársela porque la vida está en juego, pendiendo de un hilo, al filo de la navaja; “estos malditos bandoleros, se creen que son gentes y que nosotros unos perros que no podemos disponer de nuestra libertad para hacer lo que queramos”, elocubra Juan con indecisión y rabia, mirada lejana, imperceptible; “si salimos de ésta seremos dichosos, esta gente no tiene piedad; son como los fantasmas que meten miedo, pero más que eso son asesinos a sueldos y cada muerte para ellos es un ascenso, una posibilidad más, a su vez, de poder vivir”, imagina Miguel, inquieto, el gesto visual titiritando, cuando ya el vehículo se interna en un matorral lleno de escoria, basura y con aire enrarecido por un hedor putrefacto, y piensan que esos matorrales serán sus improvisados compañeros durante las próximas horas; se lamentan que no pudieran terminar el trabajo que habían emprendido media hora atrás. La oscuridad los arropa. El sonido de disparos dispersos, en principio, seguidos después de otros, ahoga sus llantos. Silencio. Todo es un sonoro silencio. Cinco disparos de gracias, prosiguen, a quema ropa, surcan el espacio con su sonido atronador, estrafalario. De nuevo el silencio.
Empero, las principales rutas de la marcha fúnebre que se le haría a Joaquín, al día siguiente, estaban marcadas; la protesta estaba hecha; pero ¿quiénes harían lo mismo, dos días después, protestando por el destino de cinco amigos?, por ellos, con un destino tan fatal, tan fúnebre, tan negro, tan oscuro como la media noche, de una noche cualquiera de un octubre neblinoso y gris de 1971.
-2003-.
Erase una vez……………....Cuentos…………...Federico Sánchez
-26-
“El Papujito”
“El Papujito”, nostálgico, arribó al barrio con cara azorada. La noche que llegó, nadie se dio cuenta. No se supo cómo abordó el sector, de dónde salió, hasta el día, dos o tres semanas después, poco antes del día que se fajara “a puños limpios” con Luis, “El Bizco”, que algunos lo interrogaron sobre su procedencia, “Soy de un lugar que le llaman Papujo, y no sé por qué, eso está más allá de Santiago Rodríguez, más allá del poblado que le dicen Guayubín, cerca de Dajabón, por donde ´el Diablo echó las tres voces´…..” “Y cómo te dicen….”, “Ah, a mí me llaman Manuel”. Hasta ese momento su procedencia y su llegada al barrio fue un misterio y motivos de comentarios sórdidos entre la muchachería, cada vez que lo veían cruzar la calle, desde el patio de la pensión de Doña Mimita, hacia el colmado de Chichí, en la calle Juana Saltitopa, en busca de mercancía casera; vino furtivamente, huyendo de una crisis pasional que había dejado inconclusa en su lejano Papujo. Llegó en medio de la oscuridad, a prima noche; era una noche cerrada con nubes negras que dejaban caer una lluvia enorme, ingrata; estaba tan oscuro como su piel de azabache, una noche tranquila, como en los “toques de queda” que a veces el gobierno imponía, tratando de prevenir situaciones inesperadas en el orden político; fue en una noche de verano, en mayo de 1967, cuando la noche se viste de un manto tenebroso y cristalino, a la vez, con su intermitente, copiosa jarina escapada de una intensa y extensa nube gris, y sus ojos mirando de un lado a otro, dos pecesillos en agua dulce, buscando vecinos, que estaban ausentes, guareciéndose en sus hogares, huyendo de la inmensidad de las lluvias. Nadie supo que llegó. Nadie lo recibió. Había dejado a la mujer de su vecino envuelta en lágrimas pasajeras, sufriendo su partida; el marido se enteró, y fue el último en saberlo, que había un romance entre su mujer y Manuel, y machete en manos estuvo buscándolo por todos los recodos del camino y por los enmarañados montes vecinos y sabanas y riberas de la comarca.
De estatura escasa, unos cinco pies y seis pulgadas, tez morena y lisa, contextura fuerte, espaldas anchas y pecho elevado, cabello crespo de alamabres enrollados, ensortijados y una mirada de tigre encendido, lujuriosa, comenzando apenas su juventud, jornalero y bruto de corazón, Manuel se creía una especie de pantera chilena en la selva amazónica, sin temor ni miedo para los pleitos callejeros, sin ataduras para animarle el corazón a cualquier hembra que le “picara un ojo”, sin importar su estatu social ni su estado civil; al salir del campo, apresurado, lágrimas cristalinas sesgaron sus ojos, cegados momentáneamente hasta que las humectantes goterinas resbalaron por sus muelles mejillas oscuras; suaves, sinuosas, las lágrimas bajaron, y su enternecido corazón se refugió en la lluvia citadina, cuando la oscuridad arropa con su manto de sombra el alma humana. Llegó para quedarse y convetirse en el “tigre-rey” del barrio, listo para la pelea callejera, donde quisieran y con cualquiera. Esa actitud le ganó el respeto y la solidaridad de la muchachada del barrio, convertido, de la noche a la mañana, en uno de los jefes del entorno; trono que se lo quitó a Luis, “El Bizco”, quien era el campeón del barrio en su categoría juvenil, y no había fieras humanas que pudiera controlar, no había perdido un pleito, siempre echaba la pelea, sin importar la edad con quien se fajara, mayor o menor que él, a puños limpios; ni su tamaño, ni su contextura física importaba. Luis era un boxeador de primera, aún sin instructor y sabía introducir el umpercaut como ningún boxeador profesional. Hasta el día que se fajó con Manuel. Y todo por una sencillez. Dos o tres semanas después que éste llegara al barrio Villa María, y que los muchachos comenzaron a notar su lejanía, su aridez social, cual arisco animal, su inseguridad para ligarse, socializarse, se le fueron acercando para conocer su procedencia, su origen. “Y ese pueblo que tú le llama Papujo es un campo rico o de pobres”, y él “es de gentes pobres, pero se come bien, pues hay muchos conucos por todas partes, todos comen frutas y víveres y también venden su cosecha en el pueblo de Dajabón y Santiago Rodríguez”. Y Luis, luego que lo conoce un poco, y como siempre había hecho con los demás muchachos, comienza a relajarlo, a ponerle defecto, mirando en otros ojos el defecto que tenía en sus propios ojos, buscándole “una quinta pata al gato” para justificar su desgracia física, “mira negro abembao, ven a jugar la primera base, que falta uno”, fue el primer mote que le puso, “Negro abembao”, y así comenzaron a ponerle sobrenombres, apodos rarísimos, a troche y moche, y casi siempre los iniciaba “El Bizco”, y ya le decían “Azabache”, ya le espetaban “Negro eterno”, ya lo relajaban como “Enano prieto”, ya le boceaban “Haitiano”, luego era “azul de metileno”, entre otros motes imperdonables, aunque Manuel no se inmutaba, sólo sonreía, los dejaba quietos, evitando que sigan relajándolo, que es lo que persigue la “cuerda”, el relajo, que el cuerdoso haga caso para rematarlo con diretes infinitos, hasta que grite o se canse; pero Manuel se mantenía siempre con una risa entre los labios, sus oscuros labios achocolatados, que dejaban ver unos dientes blanquísimos, como contraste con su color de negro de “azul metileno”. Una tarde neblinosa, cuando las nubes encendidas amenazan con dejar caer una copiosa lluvia, y el sol se esconde huyéndole a los rayos encendidos, tronantes, y que provocan los choques nubosos, Luis, que el día anterior había obtenido uno de los más resonantes triunfos boxístico callejero, al ganarle, a puños limpios, en un pleito improvisado y por un “quítame esta paja”, pero en buena lid, al flaco Faelo, “To´ Largo”, como le decían, que sólo era grande y bonachón, pero de peleador no tenía nada en la bola; entonces ese día después, “El Bizco” se puso a relajar nueva vez con Manuel, y como ya no encontraba qué nombre ponerle, le dijo “Si tú eres de Papujo, y como tú eres chiquito, a partir de ahora de llamarás El Papujito”, y para qué fue eso, a Manuel parece que le dijeron “Tu maltida madre”, o “Húndete”, o algo parecido, porque se les encendieron los ojos, las orejas se les grifaron, se arqueron sus cejas cejijuntas y el corazón se le aceleró, y los muchachos risas, se les brotaron los ojos, y los muchachos risas, su color negro eterno se tornó marrón claro, o casi marrón amarillo, y los muchachos risas, su pecho se elevó, su
espalda se anchó, sus pies estiró, pues estaba sentado en la acera que sirve de albergue a la “Esquina del diálogo y el piropo”, y enfurecido, su mente tornasolada, colmada la pasión o la calma, yo no sé, tomó impulso, una fuerza descomunal, y se paró de un brinco, como caballo enfurecido frente a un tigre, “a mí no me llame así o tendrás que matarme aquí mismo”, y eso fue canción melodiosa para los oídos de “El Bizco”, que siempre buscaba un motivo para fajarse a los puños con quien fuera, y “El Bizco” repitió “Papujito, Papujito”, y estuvo encendiéndolo con el nombre, y diciéndoselo a todo el mundo, hasta que nueva vez llegó al colmo de la paciencia al escuchar “Papujito, maricón”, y Manuel se le avalanzó encima, “El Bizco”, que estaba atento, pudo esquivarlo, pero “El Papijito” se le enfrenta de nuevo, le tira, falla, “El Bizco” hace alarde de pirotecnia boxística, intercambiando los pies, subiendo los brazos, poniéndolos frente a su rostro, “ven tira, Papujito, tira, para que sea hombre de una vez”, lo relajaba, confiaba mucho en sí mismo, “eres un abuzador Bizco, tú no ves que es más chiquito que tú”, le boceó Doña Altá que estaba mirando desde un postigo de la puerta de su casa, en la misma esquina, y “El Bizco”, “Ven muchachito pa´que sepa cómo es un hombre, tira Papujito, tira”, y los muchachos agitando, le dan cuerda, lo relajan, y “El Papujito” vuelve y le tira y falla, Y Luis cree que va de robo y le tira como de jugando y no dándole (“amagar y no dar, dar sin reír, un pelliquito y a mandarse a huir”), pero “El Papujito” sigue firme en su propósito de mostrar su valentía y reinvindicar el agravio, no huye, no vacila, y “El Bizco” amaga, sólo para asustarlo, pero en una se descuidó y recibió tremenda trompada en plena cara, prácticamente le tumbó el sudor posado en su mejilla izquierda, y es entonces que reacciona, molesto, bravo, rabioso, “Oh, entonces es de verdad, ah, pero tú verás ahora”, y se cuadra, los tigres agitando, “Dale Pupujito, dale duro al Bizco para que no sea fresco”, y ya se dan, se abrazan, se despegan, uno le da al otro, y éste le devuelve con la misma moneda, se “abrusan”, o sea se abrazan fuerte y apretadamente, caen al suelo, ruedan por la pendiente de la esquina, a unos tres o cuatro metros, uno sobre el otro, se despegan de nuevo, vuelven y se paran, se pegan mutuamente, se avalanzan, se abrusan, se despegan, se pegan en las costillas, en los brazos, en la cara y al final alguien los separa, “Ya, ya, ya, ya está bien”, prácticamente no ganó ninguno, un empate técnico. Primer pleito que “El Bizco” no gana, aunque tampoco pierde; pero al no ganar se convirtió en un revés; para la generalidad del barrio “El Papujito”, que desde entonces con ese nombre se quedó, se convirtió en el primer contendiente que le ganara un pleito a Luis, “El Bizco”, en sus 42 peleas que había tenido en el barrio, y con las que ufanamente se vanagloriaba.
Desde entonces, “El Bizco” y “El Papujito”, se convirtieron en los mejores amigos del barrio, jamás volvieron a pelear y eran solidarios uno al otro, y los demás compañeros siempre los buscaban para que los defendieran contra los tigres de las calles aledañas, cuando algunos de ellos los provocaban.
“El Papujito” jamás pensó que ese pleito le daría fama con los muchachos y le crearía algún encanto, aunque ficticio, con varias chicas del barrio, que “caían” seducidas por encantamiento frente a su color de azabache, azul oscuro, y su hombría de gallo peleador, que le dio valor masculino en todos los alrededores de Villa María. Hasta Papujo, su pueblo natal, llegó la noticia de su grandeza, cuando algunos de sus familiares contaron sus
hazañas callejeras; empero no fue sino tres años después que volvió a su tierra campestre y agraz, pero tuvo que “salir por la misma puerta por donde entró”, raudo y veloz, cuando el desdichado marido cornudo se enteró que el causante de su situación marital estaba en el pueblo, y salió de inmdiato a buscarlo, como aguja en un pajal, machete en mano otra vez, acusándolo de ser el motivo de “mi desgracia y de esta inmensa soledad que no me deja dormir tranquilo todas las noches”; noches oscuras y tenebrosas como las noches lluviosas de Santo Domingo. Desde entonces, Papujo sólo se ha quedado en un pequeño y nostálgico rincón del baúl de los recuerdos de “El Papujito”.
-2005-.
Erase una vez…………….Cuentos……….....Federico Sánchez
-27-
La Conjura
de los gallos locos
“Lo que vieron mis ojos
fue simultáneo;
lo que transcribiré,
sucesivo,
porque el lenguaje lo es.
Algo, sin embargo, recogeré.”
“El Aleph”,
Jorge Luis Borges.-
“Cuando el gallo canta es porque está amaneciendo”, dice el refrán. Sin embargo, éste canta cada vez que otro amenaza sus intereses. No entiendo por qué ese gallo colorao no deja que los demás se arrimen a cortejar a las gallinas, incluso ni siquiera a la matrona, que ya está vieja. Ni que los demás gallos fueran manilos. O estuvieran desplumados. O es que sus plumajes no tienen validez, pues algunos son blancos, pálidos otros, y los más de colores indistinguibles, por su variedad y cambios constantes de sus tonos, según como esté la madre naturaleza, ora lloviendo, ora soplando un viento frío, ora levantando polvareda convirtiéndose en negros nubarrones, ennegreciendo así sus pobres y extasiados plumarejos. La gallina de los “huevos de oro”, o sea la matrona, y las gallinitas culecas, jovialmente atractivas, también tienen derecho a probar otros placeres con esos gallos más jóvenes, tiernos, ávidos de justicia, y con suficiente fuerza para hacer chillar placenteramente a cualquier gallina, sin importar su edad, ni su plumaje enardecido o brilloso, por sus colores encendidos. Ni siquiera el gallo pinto puede acercársele a la gallina matrona, que aún siendo la más vieja, conserva sus encantos; y al parecer ese gallo colorao todavía conserva buenos recuerdos de ella, que no deja que otro la toque, ni aún las aves menores, como cigüitas y ruiseñores, que a veces merodean por el patio-corral, se pueden acercar y cuando las ve, con sus ojos vivarachos, que son lucesitas rojizas encendidas, de inmediato saca al aire sus espuelas, enganchadas en sus patas gruesas amarillentas, pero cortas, y asume una posición erecta exagerada, pirámide erguida, pecho alzado, elevado por un no sé qué criterio gallardo o que altivez de avestruz, que conserva desde cuando era muy joven, cuando se peleaba con todos los gallitos pintos para conservar su condición de rey de la galliniselva, gallitos que aún estaban subiendo, y procuraban tener experiencia para luego hacer un buen rol de progenitor eficaz. El gallo colorado ahora emite un cantío cocoreco, como león rugiendo, tratando de infundir medrosidad a su alrededor, advertencia reiterada para recordar que aún sigue vivito y coleando y cuando hace eso, ladea el pescuezo, su cocote se alarga, como alargando la visión, y lo regresa hacia atrás, alerta, y despliega sus alas anchas, su luengo y oblongo plumaje en estampida, para intimidar al más osado de los gallitos conquistadores, que es el blanco, de “pecho apretao”, patas largas y gruesas, piel de pardo rosado, fusión de su plumaje blanco y sus arterias rojas sobresalientes, y sus cretas pintiagudas, punitivas, sierra carnosa con manchas ennegrecidas, y que trata de conquistar, al menos, una o dos de las polluelas que van subiendo y que el gallo colorado, con su destreza y su celo, su maquiavélica mente de animal feroz, boxístico, se lo impide; otros se acercan, sigilosamente, con astucias encubiertas, pienso yo, tratando de rodearlo y de un zarpazo o un picotazo sorpresa, ¡zas! quitarlo del medio, pero el vetusto y no menos astuto gallo de rojo encendido o de encarnado rosado, no se amilana, gira el cuerpo como un trompo en retaguardia y rechaza a los intrusos. Las gallinas cacarean, como si elevaran, en instancia recurrente, una protesta contra el gallo colorado, para que no les espante a sus gallitos pupilos; pero el receloso gallo con su poder gallardo, experimentado, despliega, como otras veces, sus alas enormes y eleva el cocote, el pecho altivo, contumaz y lanza una cantata disconforme, un cucurucucú valiente, interminable. De pronto se arma un reperpero, todos salen corriendo, cada gallo o gallina busca un rincón donde esconderse, una se mete en un tanque viejo descascarado, otro se sube al árbol milenario de roble caído, otra sobrevuela la cerca pero cae de nuevo en su territorio, al darse cuenta que en su estancia le iría mejor; y así, un gallo cocorotea asincrónicamente perdiendo la gallardía, una gallina manila cacarea en desarmonía con su jovialidad, y unos que otros pollitos hacen unos pío pío temerosos; es el gallero que llega, con una vara en la mano, a detener el pugilato cazable de los gallos, “estos gallos locos no dejan dormir a uno, carajo, ni por la mañana, con su cantaleta despertadora y luego todo el día, ni en la tarde con un kiquirikí terrible, que ni una sietecita dejan dormir a uno”. Luego el gallero se calla, relojea su mirada por todo el patio, husmeando a los demás animalejos emplumados, que como cobardes se han escondido ante su presencia; observa al gallo colorado, silencioso, en espectativa, “tú eres el culpable principal”, le dice, “de toda esta cantaleta; la situación está que estrangula a uno y no es suficiente para alegrarnos la vida, tampoco estos animales dejan tranquilo a uno”. El gallero se refiere, supongo yo, a la situación política y económica que en estos últimos años de la década del 70 se ha desarrollado en el país: la miseria incrementada con la inflación de los artículos de primera necesidad, los apagones eléctricos por su fuero, disminución del turismo como principal industria laboral -sin chimenea-, debido a la competencia de las ofertas de otros países caribeños, la deuda externa aumentando, problemas con la venta de nuestro monocultivo, el azúcar, que le han aumentado el arancel en los Estados Unidos de Norteamérica, creando internamente déficit en la balanza de pago, y por encima de todo esto los problemas políticos: incomunicación entre la oposición y el gobierno, éste imponiéndole veda a aquéllos para hablar por la radio, cierre de la uniersidad estatal por sus protestas constantes, enfrentamiento del gobierno con guerrilleros urbanos, en fin, un sin número de calamidades, entre otras cosas, que no dejan quieto al pobre gallero, el señor Ruiz García, que ahora se retira, intenta recrearse, solazarse bajo la sombra de un roble, como tantos otros que hay aquí en este patio enorme de unos 800 metros cuadrados, en la Juana Saltitopa con calle11, del barrio Villa María, patio lleno de matorrales y sembradío de yucas, en la parte trasera, aquí en el fondo, donde me encuentro ahora, cerca de los plátanos, cuyas cepas las trajo de Manoguayabo, pero de la parte más cerca del barrio Las Caobas, un poco alejado del palenque de Palavé, ese lugar que algunos personeros lo imaginan como sórdido y sombrío, donde pululan los nacionales haitianos que se han quedado residiendo en el país, ya sea por falta de trabajo en los campos de caña del Consejo Estatal del Azúcar –CEA-y no pueden regresar a su país por falta de dinero, ya sea esperando la próxima zafra, o ya sea porque han adquirido su residencia a fuerza del tiempo que viven en este país. El señor Ruiz García, ex teniente de la otrora Guardia Nacional y hoy asesor técnico de una de las divisiones del Ejército, pero como oficial retirado, vuelve y se acuesta en la hamaca de saco de hilo, adherida a sogas en los extremos, colgada de dos robles jóvenes a tres metros de distancia uno del otro; en tanto los gallos y las gallinas inician su recorrido, de vuelta a la faena anterior, aquéllos con su afán de subírseles a las gallinas jóvenes, o la de los huevos de oro, acuclillárseles en el lomo, sobre sus pechugas carnosas, buscando un “pichirrí” inencontrable, en función de botar su polvorete, y que el gallo colorado no los deja. Pero en uno de esos descuidos del senil gallináceo, surge lo inesperado o lo esperado por él; rápido, veloz, un gallo bolo, cuya cola fue recortada el día anterior por el señor Ruiz García, y con un plumaje gris descolorido, grueso y de buen tamaño, cocote alargado y semipeludo, se monta, en una horcajada feliz, sobre una gallina cloeca, con su garbo a flor de pluma, y que está a tres o cuatro metros del gallo patrón, y en un santiamén logra cantar un kiquirikí aflautado, jadeante, prologando, antes de que el gallo colorado pudiera reaccionar, quien la emprendió, en loca correra, fuertemente, contra su adversario, que al verlo salió huyendo, raudo, con la satisfacción entre su pico, y su cresta erecta como un arcoiris; entonces el gallo colorado, enfurecido, iracundo, camina lentamente alrededor de la gallina que había sido polvoreada, emite unos sonidos intermitentes, un gorjeo gangoso, en una especie de lengua explosiva convencional entre los plumíferos, pero que al parecer sólo la gallina lo entiende, digo que entiende porque la veo que levanta la cabeza, la ladea, primero a la izquierda, luego a la derecha, como tratando de interpretar el mensaje, o la queja del gallo patrón; luego reinicia un ritual de inclemencia o arrepentimiento, porque veo que inclina la cabeza, humilde, misericordiosa, y se acerca al gallo, le rosa una aleta con su pico afilado, femenino, y el gallo se tranquiliza, y reinicia su labor de vigilante y patrón, a un tiempo o es que el gallo colorado está perdiendo la memoria y luego de unos segundos o minutos no recuerda ese ínfimo pasado; al parecer creo que es así, pues los gallos y las gallinas todos los días, desde que el albo del alba se asoma a un amanecer repetitivo, brilloso, inician su labor picoteando alimentos y así se pasan todas las santas horas, como si se le olvidara que hace unos minutos ya habían comido; son incansables, comen y comen y no se cansan, y lo hacen por instinto animal, no racional, eso pienso, dsmemorizados, y a veces hasta pierden la visión; aunque el gallo colorado no se pierde en proteger sus intereses, que ahí sí que no falla él, en eso parece que tiene memoria de un escritor de historia o un poeta; mientras tanto, las otras gallinas, que se habían quedado quietas, se mueven hacia el centro del patio de la casa, inician su búsqueda afanosa de recoger alimentos, a veces para picarlos, y tragarlos, otras veces para mostrárselos a las mozarbetes pollitas y los
altivos, arrogantes gallitos que siempre andan detrás de ellas; buscan consuelo y esperanza; los demás gallos, tanto el manilo, como el pinto blanquigris, que son los que llevan la voz cantante en la competencia con el gallo jefe, observan la escena, esperando su oportunidad para subirse en el lomo de la satisfacción y en el disfrute del poder. Una gallina culeca, negrísima como la noche, no pemite que ningún otro gallo se le suba, no deja que ninguno se le acerque, incluso cuando alcanza a ver un ave (una rolita, una cigua, un ruiseñor en los alrededores, ya sea en un ramo, o sobre el suelo, cerca de los alimentos) la acorrala, y las que están cerca también salen volando al instante, disparadas, espantadas, y cuando están sobre el ramo de un arbusto, que está en el centro del patio, o se colocan sobre el cordel de tender ropas, la gallina, negra como el azabache en oscuridad reluciente, da brincos, coge impulsos otra vez y salta, con unos saltitos risibles, y es que su pesado cuerpo le impide elevarse por encima de dos pies, pero insiste y hasta que esas aves menores no se alejan se mantiene en pies de lucha, luego se tranquiliza. Durante un rato, todo resulta en calma, el gallo satisfecho, osado, atrevido aún, el que echó su polvorete hace unos minutos, trata de mantenerse un poco alejado del gallo padre, para evitar que sobre él caiga todo el peso de la ley de la selva (Saturno cuidándose de Júpiter), como la espada de Damocles sobre sus lomos, debido a la retaliacción dictaminada por el gallo colorado, siempre intransigente y de voraz apetito, en tanto egoísta y apegado al poder para dominar todo el patio, y disfrutar de todas las satisfacciones que ese poder le ofrece, tanto en el presente como para el futuro inmediato o para la historia, cuyo sino determina la moral y el criterio de libertad de quienes en un estadio determinado controlan el poder y los designios de una comunidad, en este caso de una residencia, dividida en cuatro albergues para cuatro familias que les han alquilado al señor García, y cuyo patio es entorno de una “jauría” plumífera, o gallinerío no montaraz, formando otra comunidad urbana de gallináceos.
Desde esta silla, un poco doblada hacia la izquierda, en la que estoy observando, cubro un panorama visual enorme. Puedo percatarme del mínimo movimiento que realiza cada gallina o gallo. Parece una comunidad muy similar a la realidad humana; es increíble. Esta mañana, mientras transitaba por el centro de la ciudad me encontré unos huelguistas que protestaban por la situación política del país. La falta de libertad, la represión del partido oficial sobre la oposición, que no la deja hacer libremente su campaña electoral que ya se avecina, para mayo; esa protesta compuesta por diversos sectores sociales, como son choferes del tránsito público, agrupados en la Unión Nacional de Choferes Sindicalizados Independientes –UNACHOSIN-, por políticos opositores, estudiantes universitarios y secundarios y organizaciones populares, todos protestando para que también les den su oportuniad. Parece que esa situacion se refleja en este patio, entre los gallos y las gallinas descoloridas, sí, se asemejan, porque ahora veo dos gallos manilos, el pinto blanquigris, y el ya satisfecho gallo bolo, un gallito kiquirikí, pequeño, pero ya revivido, y otros de no menos importancia de la manada, poco a poco se van acercando uno a uno, se agrupan, emiten gorjeos ininteligibles a la inteligencia humana, pero comprensibles entre ellos, se mueven hacia delante, hacia atrás, giran a media vuelta, a vuelta completa, se entrecruzan, sobrechocan sin violencia, uno con uno,
unos con otros, y a veces dos juntos a la vez comienzan a cacarear, o kiquirikear; emiten unos sonidos enormes, kiquirikiiiii, silabea uno, kokorocoooooo, espeta otro; todo es algarabía, todas las gallinas se espantan, corren, vuelan, a veces acompañan en sus cantos a los cantos de los gallos; parece que se han vueltos locos, están protestando, algunos se han envalentonado, pero asimismo el gallo colorado despliega, como otras tantas veces, sus alas grandes, y emite también su kiquirikiiii gigante, enorme, estruendoso y avanza, como avalancha montaña abajo, contra los protestantes y en ese momento, suena un portazo que espanta a todo el mundo, hasta yo que estoy en un extremo del corral, me sobresalto, es el señor Ruiz García de nuevo que con furia loca viene a silenciar a los gallos, que parece que “se han vuelto como locos”, y el correteo es confuso, enredante, “estos benditos gallos, voy a tener que venderlos, ya no se conforman con cantar por la madrugada, ahora cacarean todo el día”, y poco a poco todo vuelve a la normalidad. Después de la tempestad viene la calma, la polvareda levantada como una torvanela, se va aposentando, los animalejos se arrinconan. El gallo colorado, siempre altivo, arrogante, se queda en el centro, sosegado, respirando tranquilo, aunque preocupado. El gallero mete varios gallos en la jaula pequeña, como las ergátulas carcelarias, como si fueran presos políticos, lo que me recuerda una de las promesas de campaña de uno de los candidatos de la oposición que promete “libertad para los presos políticos y regreso de los exiliados”. Pero como después de la oscuridad llega la claridad, luego de un tiempo prudente, cuando todo parecía que estaba tranquilo, el señor Ruiz García, quieto pero incómodo, vuelve y abre la jaula donde había encerrado a los orgullosos “gallos locos, que no me dejan dormir”, y los libera, pues la tarde comenzaba a caer y los pobres animaluchos debían recoger sus últimos alimentos y beber agua antes de echarse a dormir, cuado el encendido astro rey disminuye el calor de sus rayos solares y la tierra ardiente reinicia su enfríamiento nocturnal en la medida que se desevaporiza y el azogue se expanda con la brisa, pero parece que la intención de los desapresados gallos no era precisamente alimentarse y acostarse, pues tan pronto se sintieron libres, y en ausencia ya del gallero, reiniciaron de nuevo su cacareo gorjeante, silente, como emitiendo mensajes furtivos, secretos, como una especie de aviso silberado, una señal sonora que les indicaba que había llegado “la hora de los hornos”, de reunirse de nuevo, porque veo que uno a uno van acercándose hacia el más decidido de todos, suspongo que el líder de los emplumados rebeldes con causa, que es el de plumarejo blanquigris; los rodean, emiten cacaeos en susurro, pareciera que están organizando un complot, pero que es un secreto a voces, y cuando el gallo colorado los alcanza a ver, reunidos de nuevo, lanza un kiquirikí milenario, estruendoso, Zeus gritando desde las altas colinas del Olimpo, y como que entiende que algo están tramando en contra de él, y de repente emprende una carrera loca hacia un extremo del patio, luego se devuelve, gira a la derecha, prácticamente hace un círculo irregular a lo largo y ancho de todo el patio, como queriendo resguardarse de la trama, que fue una trastada la vez anterior; dos gallos le caen atrás, y él alante, y los dos detrás, y él alante y los dos detrás, pero ya es tarte, sin darse cuenta, desde uno de los matorrales sale disparado un gallo y le cae encima, y desde la parte de atrás de un tanque viejo, blanco, descacarado, sale otro gallo y le cae encima, y los dos gallos que le habían caído atrás logran zarparlo, lo
picotean en una ala, y luego el grupito que se había formado en el otro extremo del patio avanzó rápidamente y lo acorralan, el gallo colorado quiere escaparse por cualquier rendija, por cualquier resquicio dejado entre todos los gallos, pero no lo dejan pasar y lo picotean, le dan espuelazos a uñazos limpios, y “galletadas” con las patas y segundo después cae adolorido, el gallo blanquigris emite su kiquirikí triunfal; todos celebran al son de un cacareo repetitivo, simultáneo y sucesivo, a la vez, porque el lenguaje de los animales también lo es, y vuelan, se lanzan al aire volando pesadamente de rama en rama, de palo en palo, de empalizada en empalizada, saltan alegres como campanitas de cristal destellando en las noches claras, hasta que el señor Ruiz García se acerca otra vez con un látigo en la mano, y espeta con rabia “pero será una Conjura que tienen estos venditos animales contra mí, que no me dejan quieto ni un segundo”, y cuando ve al pobre y vetusto gallo tirado en el suelo, sangrando, jadeando, un jirón, hecho todo un plumaje andrajoso, lo recoge, se lo lleva a la cocina e intenta curarlo, a la vez que le dice, “tu problema es que eres demasiado agallú, tú lo quieres todo para ti y no dejas tocar ni siquiera una gallinita a esos gallos jóvenes que también tienen necesidades como tú.” Luego de curarlo, lo regresa a una de las jaulas y éste se queda solo, sólo obervando a sus complotados contrincantes que comienzan a aprovecharse de su libertad, de su libre albedrío, sin opresión, dirían ellos, sin presión, sin represión y comienzan a galantear, cortejar a todas las gallinitas jóvenes que merodeaban por el patio, casis todas procreadas por el gallo colorado, y ellas también comienazan a exhibir sus galliníceas figuras para ofrecércelas al mejor postor, haciendo un ritual coqueto y de insinuación erótica, caminando galantemente, altivas, meniando las colitas como un leve vaivén marino de alta mar.
En tanto, el gallo colorado, silencioso aún, sumido en su frío y alevoso cálculo, parecía que se decía así mismo “aprovéchense por ahora, porque cuando yo vuelva, y vuelva duro y curvero, no habrá para nadie”, y de pronto emite un largo kiquirikiiiiiii, que estremeció todo el patio, asustando a un montón de azorados gallos que con gestos despectivos, sumidos a la vez en sus actos gozosos, desprevenidos, en tanto imprevisión del futuro, subestiman la experiencia del caudillo y experimentado gallo que lanzaba al aire su grito de batalla.
Yo, que aún no entiendo nada de política ni de contienda de gallos, recuerdo como ahora que recogí todas mis bolitas de jugar, las eché en mi bolso, brinqué la empalizada, lejos de esos plumíferos locos, y me fui a mi casa, antes de que la vieja saliera a buscarme con una correa en la mano para que me vaya a repasar y hacer la tarea de la clase de mañana.....
-2005-.
******Fin******
del libro
La Conjura
de los gallos locos
Erase una vez............ Cuentos……………………….... Federico Sánchez
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